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Usoa Barrutiabengoa Olazabal / Nerea Elias Muxika
Garoa González Fernandino / Araitz Rodríguez Gutiérrez, 2004
 GUERRA Y POSGUERRA | CASERÍOS, FAMILIAS Y SISTEMAS DE GÉNERO | MUJER Y MERCADO 

 

CASERÍOS, FAMILIAS
Y SISTEMAS DE GÉNERO

 

      A la hora de realizar un análisis crítico de estos espacios (rurales), muchos de los elementos que constituyen nuestro ideario se derrumban. Los investigadores que tomaron parte en el libro Mujer vasca, imagen y realidad analizaron varios escritos del ámbito rural vasco, y constataron esa contraposición entre el ideal y la realidad [12]. El espacio rural ha estado idealizado desde mucho tiempo atrás, desde el Antiguo Régimen, cuando foralistas y nacionalistas comenzaron a tratar de construir una Euskal Herria ideal.

 

Vista de Hernani a principios de siglo.
Archivo Municipal de Hernani.

 

      Aquel ideal fue asumido, pero choca continuamente con la realidad, supone una gran contradicción. Ese ideal, basado en varias características, como el tipo y las características de la familia, la propiedad, el reparto del trabajo según el sexo, etc., tuvo mucha aceptación durante la guerra y la posguerra.

      A menudo, cuando hablamos de “caserío” y “vida de caserío” dibujamos un paisaje homogéneo y estático. En nuestra opinión, y a la vista de lo observado, deberíamos hablar de “caseríos” y “familias de caserío”. Primero, porque no todos los caseríos son iguales, existen grandes diferencias en muchos aspectos: propiedad (arrendatario/propietario),' cantidad y características de los terrenos, número de animales, etc.

      de toda sociedad, y ofreciendo en lo general una idealización de la vida rural, que presenta a la mujer sin contradicciones, mientras los estudios económicos de este ámbito (veáse Etxezarreta, 1997) revelan la insatisfacción de la mujer con el rol tradicional dentro del baserri, y aun con la misma división del trabajo que tantas veces ha sido idealizada” DEL VALLE, T (dir). (1985). Mujer vasca. Imagen y realidad. Anthropos. Barcelona.

      Había caseríos que disponían de pequeños terrenos. En ese tipo de caseríos se producían, principalmente, productos para el autoabastecimiento. Si tenían excedentes, o necesitaban dinero, acudían al mercado. Pero había quien tenía terrenos más grandes, y destinaba una porción mayor de la producción al mercado, con lo que sus beneficios económicos eran también ¿ mayores. Lo mismo ocurría con los animales. Muchos caseríos criaban vacas, pollos, cerdos, etc. para consumo propio. Y otros muchos tenían la leche de vaca como la principal fuente de ingresos.

 

Barrio del Puerto de Hernani.
Archivo Municipal de Hernani.

 

      En lo que respecta a la propiedad, aunque lo “ideal” era tenerlos en propiedad había muchos en régimen de arrendamiento. La identidad del caserío cambiaba, dependiendo si las personas que habitaban el mismo eran propietarias o arrendatarias. Los arrendatarios se veían obligados a llevar al mercado gran parte de su producción, para poder pagar las rentas. Esas familias no ganaban tanto (en dinero) como las propietarias. Es lógico pensar, por tanto, que las familias arrendatarias sufrieran más penurias.

      La disminución del número de caseríos en propiedad y aumento de arrendamientos no es un fenómeno surgido durante nuestro periodo de estudio. De hecho, ese proceso había comenzado tiempo atrás, aunque adquirió mayor intensidad en esta época. Con la desamortización del siglo XVIII, los terrenos de Euskal Herria fueron divididos. Pero el porcentaje de pequeñas propiedades no superaba el 50%, y fue aún menor en los siglos XIX y XX. Las tierras quedaron en manos de grandes propietarios, y el número de colonos y arrendatarios creció (Arbaiza Vilallonga, M. 1996)[13].

      Por otra parte, en los caseríos se distinguían “unidades domésticas” de diversos tipos. Por extraño que parezca, además de la idealizada familia extensa, había muchas otras realidades. Sobre todo familias nucleares[14] o monoparentales[15].

      Muchas mujeres enviudaron a consecuencia de la guerra. Pero las familias nucleares y monoparentales no eran un fenómeno característico de la posguerra. Las familias de caserío han sido siempre heterogéneas. Por ejemplo, Mercedes Arbaiza[16] relata que en tiempos del Antiguo Régimen había muchas familias extensas o troncales, pero que la mayoría no eran de ese tipo. También en aquella época había familias de otros tipos, por ejemplo, familias nucleares o monoparentales.

 

      Hombre ta zuk pentsatu, ezin, bost urtian lau ume zituela nere amak, e, lau nexka, lau nexka giñan. Ta alargun geatu zanian, ba sei urte, sei urtian urtebete ta hiru hilabete bazittun txikiñak. Ta ordun, lau nexka geatu giñan attik gabe, ta ama hogeita sei urtekin ia alargun, entenditzezu? Eustaki.

      Hombre, tú piensa que mi madre tuvo cuatro bijas en cinco años, éramos cuatro niñas. Y cuando se quedó viuda, pues a los seis a años, la pequeña tenía un año y tres meses. Y nos quedamos cuatro niñas sin padre, y la madre, con veintiséis años y viuda, ¿entiendes? Eustaki.

 

      Como hemos citado anteriormente, las mujeres viudas constituían una realidad durante la guerra. Pero su situación de mujeres no era homogénea: algunas tenían más descendencia, y los recursos o la ayuda económica proporcionados por la familia influía también notablemente en su situación. Eran realidades muy distintas, y llenas de contradicciones.

      Los diferentes valores asignados a cada sexo, afecta a todas las facetas de la vida social. Esos valores de género son aún más notorios en el modelo de familia que constituye la base de la organización social.

      La viudez no estaba socialmente mal vista, pero la situación variaba notablemente si la persona que enviudaba era hombre o mujer. El hombre viudo no sufría grandes presiones sociales. El hueco dejado por la “ama de la casa” (“etxeko andre”) era cubierto (en sus funciones) por la hija mayor, o la madre del marido (a veces, también por la criada), sin que ello fuera motivo de escándalo.

      Pero si la que enviudaba era mujer, las cosas eran muy distintas. La presión social era terrible. La presencia del hombre en la sociedad era imprescindible. El vacío dejado por el hombre era totalmente moral (el vacío dejado por el marido en el “trabajo” podía ser cubierto por un hermano soltero, el mozo o la criada) y estaba relacionado con un modelo de “familia” concreto, con una organización del poder concreta.

      Citaremos de nuevo a Eustaki, ya que tiene mucho que contar sobre este tema. De hecho, conoció la situación de una viuda muy de cerca, en su propia casa. Su madre enviudó y, finalmente, volvió a casarse. Según dice Eustaki, porque la presencia de un hombre en casa era indispensable, no sólo para trabajar, sino también para recuperar el respeto.

 

      1943an, 1943an ama ezkondu zitzaidan berriz, ez, ba bai, behar dezu gizon bat, bateze baserriko laneako, ta, hoi lene esan nizuten, zenbat bider esate zun amak emakume alargun bati parre itten zitzaiola, hoi gelditu zait oso sartua. Parre eitten dio eozeinek, ezin tziñen ayuntamientura zerbaittetako jun, de normal gizona jute zan, ta gizonai bi kilo babarrun eskatzen bazioten, amari bi ta erdi. Eustaki.

      En 1943 mi madre volvió a casarse, pues sí, necesitabas un hombre para las faenas del caserío, eso ya os lo dije antes; cuántas veces decía mi madre que a la mujer viuda se le reían a la cara, eso se me ha quedado muy metido. Cualquiera se reía de ella, no podías ir al ayuntamiento a nada; de normal iba el hombre, y si al hombre le pedían dos kilos de alubia, a mi madre, dos y medio. Eustaki.

 

      A pesar de que muchas leyes dictadas en la II República (la del divorcio, la del derecho a voto, la del aborto...) proclamaban la “igualdad” de la mujer, otras leyes de la misma época (recogidas en el Código Civil) perpetuaban la inferioridad de la mujer. Según esas leyes, la mujer permanecería bajo la tutela del marido, en el ámbito económico y en el jurídico. Por tanto, en tiempos de la guerra, la “incapacidad” de la mujer siguió siendo el pilar del sistema.

 

 

El caserío como unidad económica

 

      Debemos entender el caserío como unidad económica, en la que la vivienda y el lugar de trabajo ocupan el mismo espacio. Esa unidad está sustentada por dos actividades: la producción y la reproducción de la mano de obra. En la explotación familiar, no hay diferenciación espacial ni física entre la producción y la reproducción. Ambas funciones, la de la reproducción de la mano de obra y la de la producción de bienes, se realizan una al lado de la otra.

      A menudo, cuando hablamos de trabajo, lo hacemos desde un punto de vista muy limitado. Por lo general, únicamente se tienen en cuenta la producción agrícola (producción de bienes) y la comercialización de la misma. Sin embargo, no se consideran la tareas cotidianas imprescindibles para garantizar la continuidad y el mantenimiento del grupo de trabajo doméstico (la reproducción), como el cuidado de hijos e hijas, lavado de ropa, abastecimiento de alimentos para el grupo de trabajo...

      Para explicar en qué consiste el mantenimiento de la unidad doméstica de trabajo, nos ha parecido más conveniente adoptar una visión más amplia del “trabajo”, una visión que haga referencia a tareas reproductivas, porque consideramos que ayuda a reflejar mejor la realidad. En la organización de toda unidad económica, la división del trabajo es un elemento fundamental e imprescindible. En los caseríos, como en muchos otros núcleos, la división se realizaba en base al sexo.

      En la división del trabajo por sexos, surgen de nuevo las tensiones entre el ideal y la realidad. De hecho, la división ideal vincula a la mujer al ámbito doméstico, y al hombre al ámbito público. Pero en las entrevistas realizadas, vemos que ese ideal no se cumple en la realidad. El límite entre lo doméstico y lo público no es tan rígido. En los núcleos rurales, por ejemplo, la división del trabajo se realizaba en base a otros criterios. Y las mujeres actuaban tanto en el ámbito doméstico como en el público.

 

Mujeres agricultoras de Hernani (década 1950).
Imanol Larretxea.

 

      En épocas anteriores también se daba esa contradicción entre el ideal y la realidad; según algunos autores, la división ideal del trabajo tampoco se cumplía en el Antiguo Régimen. La asunción de ese ideal venía dada por la mitificación de la sociedad tradicional.

      Las mujeres realizaban trabajos de tres tipos en el caserío: trabajos relativos a la agricultura (huerta, recogida de hierba, ordeño...), tareas “domésticas” (cocina, colada y costura, cuidado de hijos...), y comercialización de los productos agrícolas (sobre todo verduras pequeñas, leche de vaca y pequeños animales).

      La madre de Marta realizaba todo tipo de trabajos. Para ella no era una contradicción participar también en los espacios públicos, ya que eran labores relacionadas con su papel de proveedora.

 

      Amak ikulluan lana itten zun. Ikullua beti garbi uzten zun. Amare kanpora juten zan belar denboran, holako beruakin ta eguardiko ordubatian igual, zea, belarrai buelta ematea. Aber, belarrak bihar tzun berua... karo, egunero juten zan gure ama, goizeko zazpiterditan esnia saltzera... Marta.

      Mi madre trabajaba en la cuadra. La dejaba siempre limpia. Cuando la hierba, salía fuera, con un calor terrible, y a lo mejor a la una del mediodía, salía a aventar la hierba. A ver, la hierba necesitaba calor... claro, nuestra madre iba todos los días a las siete de la mañana a vender leche... Marta.

 

      Los hombres del caserío compartían dos actividades con las mujeres: la agricultura y el comercio. De cualquier forma, en esas actividades que compartían, existían diferencias en base al sexo; por ejemplo, en la comercialización de productos, los hombres se ocupaban generalmente de comercializar animales “grandes”, y las mujeres de la venta de productos de la huerta y de los animales pequeños. La división del trabajo por sexos era asimétrica. Las labores “domésticas” recaían exclusivamente en las mujeres (esposas o criadas) y no eran compartidas con los hombres.

      Cuando Marta se casó, mantuvo la división establecida por su madre. Las labores “domésticas” correspondía únicamente a la mujer. A pesar de que había mucho trabajo, no compartía las tareas del hogar con el hombre, y sí, en cambio, las tareas “agrícolas”:

 

      Nik etxeko martxa eamaten nun. Ba, neonek esatia ez dao ondo baño, nik hau [gizona] gaixo baldin bazeon sukaldekua ta ikullukua ta dena zeatzen nun, ni gaixo jartzen banintzen berriz... honek ikullua ingo zun, baiño sukaldia han eongo zan... Marta.

      Yo llevaba la marcha de la casa. No está bien que lo diga yo, pero si éste [el marido] estaba enfermo, todo, la cocina, la cuadra, todo lo llevaba yo; en cambio, si enfermaba yo... éste haría la cuadra, pero allí se quedaba la cocina... Marta.

 

      En estas unidades económicas eran las mujeres quienes cargaban con las tareas destinadas a la reproducción de la mano de obra. Las mujeres realizaban todo tipo de trabajos. Pero no contaban con un horario de trabajo establecido, no disponían de tiempo libre o de descanso. Debían permanecer al servicio de la unidad doméstica de trabajo a la hora que fuera necesario:

 

      Porque, klaro, baserri bateko emakumiak itten du josi, plantxatu, esnea partitu, inkarguak, sukaldia, baratza, tratua, ta, gizona falta baldin bada, behiak jeitzi, eo ganadu jana ekarri, eo hurrengo euneako puskak jarri mendiako. Eske baserri bateko emakumia da arrastratu ezin dan pertsona. Nik hoi argi ta garbi esangoizuet, etzizaion duro bat faltako diruz baiño... Ta gizona asten eun bat sikira perli jungo zan, ta emakumia batez. Lana zun, ta lana zun, ta lana zun. Ta nere galtzak josik al dare? Ez al dezu oaindikan denborarik izan nee galtzak garbitzeko, plantxatzeko?Beti bagendun... Eustaki.

      Porque, claro, la mujer del caserío cose, reparte leche, hace los recados, cocina, trabaja la huerta, cierra tratos, y, si falta el hombre, ordeña las vacas, o trae comida para el ganado, o prepara el hatillo del día siguiente para el campo. Es que la mujer de caserío es una persona de mucho aguante. Os lo diré claro, no le faltaría un duro, pero... Y el hombre iría a la feria al menos una vez a la semana, y la mujer nada. Tenía trabajo, y tenía trabajo, y tenía trabajo. Y ¿mis pantalones están cosidos? ¿No has tenido tiempo de limpiar, planchar mis pantalones? Siempre había algo que hacer... Eustaki.

 

      La producción interna de bienes relacionados con la reproducción (ropa, juguetes...) también recaía sobre ellas. Esos trabajos no se han contabilizado, pero suponían un gran ahorro.

      Marta cosió incluso la ropa interior que utilizó el día de su boda, para ahorrar dinero. Además de coser, correspondía a las mujeres hacer la colada y los arreglos de la ropa.

 

      Bai, bai oi gerra garayan, da gerra ondorenian, da zean... ezta pentsature Hernanin ezagutu nittun nik hiru bat eo, saltzaille, ezagutu nittun perin, beño pela ibiltzen zuen... Nik ezkontzekore, sujetadoriak eta zeak, zeonek josi nittun denak, zea guztikinre, dena, sujetadoriak eta zea, dena, eta Hernanin panak eo, oain pantalon, etzen ordun halakorik ikusten eta in aazi in... Oain, oain bada, baiño leño ez, leño dena arropa josi gabia izaten zan, eta gerra denboan ondoreni arten etzen billatzen, ez ezer. Marta.

      Si, eso era en la guerra, y en la posguerra, y eso... ni pensar, yo conocí en Hernani tres o así, vendedoras, en la feria, pero manejaban pela... Yo tuve que coserme todo para la boda, los sujetadores, todo; en Hernani, faja o pantalón, no se veían esas cosas, y tenías que mandarlas hacer. Ahora sí hay, pero antes no, antes toda la ropa era sin coser, y cuando la guerra, buscabas y nada. Marta.

 

 

 

 

[12] “La tendencia principal de los estudios a que nos hemos referido en este capítulo, refleja aquellos rasgos, caracteres y formas de comportamiento que se producen con más regularidad y que tienen una mayor aceptación social, eliminando en lo posible aquellas áreas de conflicto o contradicción propia de toda sociedad, y ofreciendo en lo general una idealización de la vida rural, que presenta a la mujer sin contradicciones, mientras los estudios económicos de este ámbito (veáse Etxezarreta, 1997) revelan la insatisfacción de la mujer con el rol tradicional dentro del baserri, y aun con la misma división del trabajo que tantas veces ha sido idealizada” DEL VALLE, T (dir). (1985). Mujer vasca. Imagen y realidad. Anthropos. Barcelona.

[13] Familia, trabajo y reproducción social. Una perspectiva microhistórica de la sociedad vizcaína a finales del Antiguo Régimen, Bilbao, Universidad del País Vasco.

[14] Familia nuclear: modelo de familia formado por el padre, la madre y los hijos.

[15] Familia monoparental: en aquella época histórica, el pilar de este modelo de familia eran las viudas. En algunos casos, esa- situación fue transitoria (cambió al regreso del marido del exilio o la guerra).
      De los modelos de familia del ámbito rural trata también DOUGLASS, W. “The Basque Stern Family Household.
Mith or reality?” in Journal of Family History. Vol 13. N° 1. pág. 75-89.

[16] Op. Cit.

 

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