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Hernani y los hernaniarras
Antxon Agirre Sorondo, 1997

 

VIVIR EN COMUNIDAD

 

      En origen, las comunidades se regían mediante la institución del concejo abierto o asamblea de todos los cabezas de familia. Convocados “a campana tañida” tras la misa dominical, estos batzarres se celebraban al aire libre en verano y el resto del año en los soportales de los grandes caserones o en el coro de las iglesias, dado que la sociedad medieval no veía en ello intrusión profana en el dominio sagrado (recordemos que los lapurdinos denominaban al alcalde “auz-apeza”, literalmente sacerdote de vecindad, y “parrokia” al ayuntamiento). Por costumbre y salvo fuerza mayor nadie faltaba al concejo, donde se trataban cuantos aspectos afectaban a la vida del colectivo, entre ellos la elección anual de sus representantes: el alcalde asumía las atribuciones de juez, y se auxiliaba de regidores, equivalente a los actuales concejales, a quienes se exigía cierto grado de instrucción (debían saber leer y escribir). Los condenados en primera instancia por el alcalde podían recurrir al corregidor como máximo representante real, y, en último extremo, apelar al Tribunal de Valladolid.

      Todas las decisiones se tomaban por mayoría, y al carecer de normas escritas la costumbre se convertía en ley, rasgo que es distintivo del derecho privado vasco. Cada villa se regía soberanamente, y sólo con la aparición de la figura del corregidor —representante de la autoridad real— se empezaron a limitar sus facultades. Precisamente a causa de esta amplia autonomía el concejo abierto fue derivando hacia el ayuntamiento cerrado (tránsito que, a juicio del profesor Orella, pudo generalizarse durante la segunda mitad del siglo XIV), con sufragio restringido a hidalgos y propietarios, los llamados hidalgos millaristas. Carmelo Echegaray justificaba la oligarquización de los concejos guipuzcoanos en dos factores: la presión demográfica de aquella época y la necesidad de “una organización menos rudimentaria” que asegurase mayor eficacia en la gestión administrativa y judicial, eficacia que aconsejaba la habilitación de casas consistoriales con dependencias para reuniones, cárcel, archivo y escuela.

      Sólo en este contexto se explica que, desde el siglo XVI, el alcalde de Hernani tuviera la obligación de contribuir a las arcas municipales con 9.000 maravedís. Para el barrio de Lasarte se nombraba un alcalde pedáneo, en quien se delegaba la autoridad y representatividad del Ayuntamiento hernaniarra. Ilustrativo resulta el litigio que enfrentó a la Provincia (es decir, la primera institución provincial) con el corregidor a propósito de la detención en 1556 de Martín Pérez Ayerdi, alcalde de Hernani: atropello que la Provincia denunció ante la Real Chancillería de Valladolid, argumentando que ni el corregidor ni sus merinos podían prender a un alcalde[38].

      Al alcalde auxiliaban dos regidores —concejales en la terminología actual— que también tenían que contribuir con 6.000 maravedís desde su nombramiento. Ellos eran depositarios de las llaves de la cárcel, las cadenas y grilletes, las pesas y medidas, debían tasar los alimentos y reconocerlos, entre otras tareas.

      De la parte administrativa se encargaba el procurador, síndico o bolsero, quien llevaba las cuentas, satisfacía los pagos y recaudaba impuestos, rentas y multas. Al ser designado abonaba 9.000 maravedís para las necesidades de la villa. El Ayuntamiento contaba asimismo con cuatro veedores, especie de auditores que, junto al alcalde y regidores, examinaban las cuentas al renovarse la corporación y levantaban acta del resultado ante el escribano del concejo, a quien la Corte nombraba para asistir a las reuniones y hacer constancia escrita de todos los acuerdos.

      La nómina de cargos se completa con el jurado o carcelero, encargado de la cárcel y de hacer efectivas las disposiciones penales del alcalde. Las Juntas Generales decretaron en 1552 que todas las localidades de la provincia tendrían cárcel públicas y picota para público escarnio de los delincuentes[39]. En la picota de Hernani se colgarían probablemente las orejas de Pedro de Guernica, acusado de robo, al que Joan Martínez de Ayerdi, alcalde de la Hermandad (figura que, como vimos, fue creada en el siglo XIV), apresó en nuestra jurisdicción en 1557, y que según costumbre de aquel tiempo fue inmediatamente desorejado[40].

 

Plaza Mayor y Casa Consistorial.

 

      Finalmente, en el elenco de servidores públicos solía haber un mensajero, nombrado directamente por los vecinos sin que pudiera rechazar el puesto, bajo multa de 20.000 maravedís. Él era el responsable de transmitir los mensajes oficiales.

      Por Cédula Real dada en Madrid el 18 de septiembre de 1717 sobre el modo de elección de los cargos en Hernani, se obliga a asistir a la votación a todos los vecinos, so pena de 10 ducados de multa. Otra Cédula del 30 de agosto de 1735 despoja de voz y de voto en las reuniones del concejo tanto a los que estén en pleitos con la villa, como a los arrendadores de los servicios municipales (abastos, neveras, molinos, etc.) o a sus fiadores[41].

      La casa consistorial de Hernani se ubica en la antigua Plaza Mayor, hoy llamada Gudarien Enparantza, junto a la iglesia, y se erige en centro neurálgico de una población que, según la teoría del historiador Domingo de Lizaso, se organizó alrededor de la casa de Alcega. Ignoramos la fecha del primer edificio municipal, pero con seguridad que tempranamente tuvo Hernani un lugar para las reuniones del concejo abierto. Las referencias más antiguas se remontan al año 1551, cuando se levanta la fachada de una nueva casa concejil en el mismo emplazamiento de la “vieja” cerca de la iglesia parroquial, siguiendo la traza del maestro Domingo de Olozaga[42].

      El edificio consistorial cumpliría diversas funciones, desde sede del archivo de la villa hasta fielato o depósito para las armas de defensa, las cuales estaban bajo custodia y cuidado de un vecino designado anualmente para tal menester. Este armamento se exhibía en el alarde del segundo día de Pascua del Espíritu Santo que congregaba a muchos curiosos provenientes de las poblaciones vecinas, atraídos por un espectáculo que incluía ejercicios y campeonatos de tiro.

      Al cerrajero Juanes de Lecumberri en 1628, se le abonaron 132 rs. por cuidar del reloj de la casa consistorial y otros 7 más por limpiar las armas[43]. A veces sucedía que nadie aceptaba ambas tareas y había que adjudicarlas separadamente, como de hecho ocurrió en 1632[44].

      Respecto al archivo de documentos, el concejo siempre mostró gran celo en su conservación. Sólo así se puede explicar que al cabo de tantos avatares violentos como han azotado a Hernani —guerras, incendios, saqueos e incluso la voladura del propio edifico consistorial—, conserve uno de los archivos municipales más ricos de la provincia. Sensibilidad hacia este depósito de la memoria que se plasma ya el 23 de septiembre de 1608, cuando el gobierno municipal dicta que para sacar un documento del archivo será necesario solicitárselo al letrado de la villa, quien analizará los argumentos del demandante y los transmitirá al concejo en su siguiente reunión[45].

      A iniciativa del alcalde, licenciado Antonio de Miner, el 26 de junio de 1673 se acuerda la construcción de una nueva casa concejil[46]. La traza del edificio fue diseño del Conde de Villa Alcázar, y la construcción corrió a cargo de los maestros canteros hernaniarras Juan de Zavala Garagarza y Juan de Lizarraga. Años después, María Juan de Berrasoeta, viuda de Zavala, y sus hijos reclaman 8.532 rs. y un maravedí que el municipio adeudaba aún por aquel trabajo. Hasta el 9 de agosto de 1700 no se dará por finiquitada la deuda[47].

      Juan de Lizarraga informa en 1685 que las obras en la fachada están todavía sin terminar[48]. Pero lo más curioso es una diligencia que se conserva en el archivo municipal, datada de diez años antes, sobre la misteriosa autoría de una cuchillada dirigida contra este Juan de Lizarraga, relato digno del mejor género negro[49].

      Sobre el testero de la flamante construcción, Martín de Zaldúa, “maestro del Real Colegio y Santa Casa de Loyola”, confeccionó un espléndido escudo[50].

      En la fachada sur del actual edificio consistorial podemos ver un escudo con fecha “1709” que se supone era el del primitivo Ayuntamiento hernaniarra.

      Con el definitivo remate de las cubiertas de las dos torres del edificio, en 1694, obra del donostiarra Francisco de Uerecoechea, los trabajos se dan por finalizados. Más exactamente, después de que se eliminaran unas goteras y que los regidores o concejales comprobaran que la lluvia ya no filtraba[51].

      Cuando la obra está ya avanzada, el 19 de octubre de 1685 —momento quizás en que comenzaron a habilitarse las primeras dependencias— se hace el inventario del arsenal sito en la nueva casa, dando como resultado lo siguiente[52]: una bandera con su palo, un venablo con sus cintas negras, dos jinetas de caña de Indias con cantos de plata, dos alabardas, una rodela dibujada en los remates de oro con la figura de San Miguel en medio, 83 mosquetes con sus cajas (de pólvora) y baquetas (esto indica que eran de avancarga), un cañón de mosquete (sin caja ni baqueta), 84 frascos grandes de mosquetes con 82 frasquitos y 84 portafrascos de ante, 8 horquillas de mosquetes (para sostener en el momento del disparo), 3 arrobas menos dos libras de pólvora en un barril de dos tapas y aros, 66 libras de mecha, dos barrilicos pequeños de balas y 46 picas.

      Casi un siglo después, en 1766, se efectúa otra relación gracias a la cual nos informamos de la evolución de las armas, que dejan de ser de avancarga y ante la disminución de su peso se hacen innecesarias las horquillas, entre otras variantes[53]. He aquí el nuevo inventario: una bandera con su bolsa, 111 fusiles de los cuales 71 con llaves viejas y 50 nuevos, 94 bayonetas con sus vainas, seis alabardas, 31 cañones de mosquetes, 54 cartucheras con sus correas y cartucheras para los regidores con forros dorados, balas de diferentes calibres, un farol grande, un broquel. Respecto a los utensilios del fielato se consignan: piezas de medir de cobre, cinco medidas para licores, un cántaro de barro para traer agua, una barra de hierro, medidas de cuartal, celemín, medio celemín, barra de medir, la balanza o cruz de hierro (romana) con pesas de cuatro, dos y una libra, cuarterón, dos onzas, una y media, así como otra romana nueva. Las dependencias carcelarias, sitas en el mismo edificio, cuentan con seis pares de grillos y cinco esposas todas de hierro, seis candados y otro más que está en el cepo, un caldero de bronce, una linterna de ronda y otra que se usa en las almonedas y dos cantimploras.

 

La antigua Plaza Mayor.

 

      Como quedó sobradamente explicado, durante la II Guerra Carlista las tropas del aspirante sometieron a la villa a un terrible asedio. La tarde del 16 de septiembre de 1875, los carlistas bombardearon Hernani destruyendo muchas de sus casas, incluida la del concejo que saltó por los aires al explosionar el polvorín en ella establecido. En su trabajo sobre Hernani durante las carlistadas, Luis Murugarren hacía una descripción de cómo sería el Ayuntamiento antes de su destrucción[54]:

 

      “De buena sillería y de maderamen de roble, con escudo de armas tallado en piedra bajo el reloj y que resultaba artístico e importante por su composición y buena ejecución, tamaño de los relieves y la extensión del cuadro que representaba. Contaba además la Casa Consistorial con un hermoso balcón de hierro y con reja de metro y medio de altura y seis arcos que luego se emplearían con el hueco dejado por la casa del vicario, que también quedo destruida, sostenidos por hermosas columnas de cantería de 3,9 m. de alto.

      Y en su interior, además de todo lo que suele haber en un Ayuntamiento, contaba aquél con un cuadro al óleo alegórico a la historia de esta Villa, una preciosa araña de cristal con 12 mecheros, una bandera de seda del Ayuntamiento, más una bomba de incendios con sus correspondientes mangas, un sistema completo de pesas y medidas decimales, el material de la escuela, consistente en mesas de escribir, con sus asientos y una colección completa de mapas, hasta una piedra fregadera con dos asientos retretes valorados en 20 pesetas y todos los enseres de la habitación del alguacil”.

 

      Cuando la vida municipal se reanuda tras la guerra y la economía lo permite, se acomete la reconstrucción del Ayuntamiento, decisión tomada en sesión plenaria del 14 de mayo de 1885. El proyecto fue obra del arquitecto Joaquín Fernández Ayarragaray, y se presentó el 6 de agosto con un presupuesto inicial de 134.990,51 pts.[55] para la casa consistorial y de 29.405 pts. para la vivienda del vicario pegante a ella; lo que hace un total de 164.395,51 pts. Además, se hace preciso adquirir una porción de terreno de la casa vicarial para aprovechar los seis arcos del anterior edificio, añadiendo uno más entre el Ayuntamiento y la parroquia.

      Como casi siempre sucede en estos casos, cuando la obra concluyó en 1899 el importe se había disparado hasta las 229.267 pts., sin incluir los derechos del arquitecto que renunció a ellos al darse por satisfecho con el honor de haber tenido ocasión de construir el nuevo Ayuntamiento[56]. Ello nos da la medida del talante de Joaquín Fernández Ayarragaray (18221900), notable arquitecto y catedrático en la Escuela de Bellas Artes de Sevilla, a quien se deben algunas de las más importantes construcciones de la segunda mitad del XIX en la ciudad de Sevilla y autor de la restauración de su catedral, obra que dirigió durante diez años hasta que le sobrevino la muerte.

      El edificio de Ayarragaray es de planta rectangular y cuatro alturas, que une las dos manzanas exteriores del casco y cierra por el lado sur la plaza. Entre medianeras, es colindante a la iglesia parroquial e incorpora a su estructura el arco de entrada a la villa sobre el que desembocaba el antiguo Camino Real. Son de piedra de sillería tanto el basamento, los zócalos, dovelas de arcos, recercos de ventanas y puertas, como las molduras y los demás elementos ornamentales, en tanto que el resto de los paños de la fachada son de manipostería revocada con acabados que imitan la textura y el despiece de aquélla.

      La composición de las fachadas es simétrica, y en su planta baja se resuelve mediante un esbelto soportal de doble altura con siete arcos de medio punto a los que corresponden otros tantos balcones enmarcados con pilastras que sostienen un frontón a la altura de la planta noble (a la que da la alcaldía y el salón de plenos). Sobre el arco central se abre un conjunto palladiano de tres huecos dotado de un balcón semicircular.

      La planta superior se mantiene retranqueada del plano de fachada excepto en los extremos en que queda rematada por dos torreones octogonales, y en la parte central por una arquería que alberga el reloj. Esta planta es de construcción posterior: en 1942 se llevó a cabo la transformación de la mansarda original según proyecto del arquitecto Florencio Mocoroa.

      La fachada sur es plana con ventanas perfectamente ordenadas cuyos tamaños responden a la importancia de la planta en que se ubican.

      El estado de conservación es bueno, después de que entre 1983 y 1984 se llevase a cabo una importante restauración que respetó las características y elementos tipológicos de la construcción original.

      Cerca de la casa consistorial, a la altura de la parroquia, había una torre que todo el mundo conocía como “de San Jorge”. A solicitud de los vecinos, el maestro donostiarra Juan Pérez de Zumeta acometió en 1612 su reconstrucción, derribando la vieja y empezando de nuevo desde los cimientos hasta la altura donde en ese momento estaba el reloj y la campana del Ayuntamiento. Revocada con mampostería, se empezaría desde la esquina de la escalera de la torre hasta el estribo de la iglesia parroquial, haciendo entre el estribo y la muralla una puerta con su marco, y por la otra parte de la iglesia, pegante a la casa solar de Alcega, otra puerta con igual arco al anterior[57].

 

Fuente Leoka.

 

      Por su parte, Bernardo de Zamora fue contratado en 1673 para renovar el empedrado de la plaza, que a la sazón tenía 178 ½ estados (unos 650 metros cuadrados). Al concluir el trabajo examinaron la obra los maestros canteros hernaniarras Jerónimo de Otaegui y Martín de Miner, que lo juzgaron perfecto[58].

      Hasta finales de esa misma centuria, las inmundicias corrían por el suelo a la vista de todos, lo que provocaba graves problemas de salubridad pública. En 1686 se acordó abrir una zanja que desde la boca de la barbacana en el extremo de la plaza conectara subterráneamente con el exterior por debajo de la casa de Ogallurreta. Ello motivó un pleito con los señores de la casa de Ayerdi, pegante a la plaza, que se consideraban perjudicados[59].

      También la villa prestaba gran importancia a las fuentes de agua potable, surtidores que eran de esencial importancia para la higiene y la salud públicas en un tiempo que no conocía todavía las conducciones hasta los hogares. De entre las varias fuentes públicas' dentro y fuera del casco —en el extrarradio casi todos los caseríos tenían su propia fuente[60]— es sin duda la de Leoca la más citada por las constantes obras de conservación y reparación que exigía, testimonio de su extraordinaria actividad en la Hernani de antaño. Tenía tres caños, cómodo lavadero y abrevadero para el ganado, con agua sobrante para apagar los incendios o para limpiezas. A principios del XVIII se puso una cubierta de madera en esta fuente y en la de Cillariturri (“fuente de plata”, se decía en 1802), cerca del caserío Orcolaga, para lo que se cortaron 50 robles. El carpintero Juan Martínez de Arto! a, y los canteros Jacinto de Beloqui y Padreo de Miner, todos vecinos de Hernani, dieron por concluidos sus trabajos el 22 de marzo de 1703[61].

      Asimismo, al arrendatario de la casa de Leoca se le adjudicaba una gratificación anual por responsabilizarse del cuidado de la fuente, para que hubiera siempre agua para emergencias, y además asistiera a la carnicería en su limpieza, se ocupara de la higiene de las calles y se encargase de la apertura y cierre de las sepulturas[62].

      Sólo en 1864 se ejecuta la conducción hasta el casco de Hernani de las aguas de los manantiales de Bidaurreta y Larrabaide, con apertura de zanjas y tuberías inicialmente de barro[63].

      En 1802 disponía Hernani de tres posadas y seis paseos para solaz de los vecinos: uno con dirección a San Sebastián y los otros a Urnieta, hacia la vega, al Urumea y a Lasarte[64].

      El primer alumbrado público de la villa fue a base de aceite, sistema que ya funcionaba en 1805[65]. Al encargado de dicho servicio el 7 de octubre de 1849 se le pagaron 541 reales y 30 maravedís por gasto de combustible en el tercer trimestre de ese año[66]. Entre 1895 y 1899 se sustituyeron los viejos candiles de aceite por filamentos eléctricos, utilizando la energía proveniente de un salto de agua en el río Urumea. La empresa Manuel Iceta y Cía. realizó la instalación, inaugurada oficialmente el 13 de marzo de 1898[67].

 

 

 

 

[38] DIEZ DE SALAZAR FERNÁNDEZ, L.M., AYERBE IRIBAR, M.R. Op.cit. Tomo II, pp. 299, 302.

[39] Ibídem. Tomo I, p. 291.

[40] Ibídem. Tomo I, p. 515.

[41] A.M.H. A/6/1/1

[42] ASTIAZARAN ACHABAL, María Isabel. El Ayuntamiento de Hernani: Un proyecto trazado y llevado a cabo por Juan de Lizarraga. Boletín de Estudios Históricos sobre San Sebastián Dr. Camino. n° 22. San Sebastián, 1988, p. 219.

[43] A.M.H. A/1/6, fol. 101.

[44] A.P.O. Secc. III. Leg. 1.045, fol. 3.

[45] A M.H. A/1/4, fol. 39 v.

[46] GASTAMINZA, Salustiano. Apuntes para una historia de la Noble, Leal e Invicta Villa de Hernani. Imprenta Raimundo Altuna. San Sebastián, 1913, p. 71.

[47] A.P.O. Secc. III. Leg. 1.276, fol. 177.

[48] A.P.O. Secc. III. Leg. 1.228, fol. 358.

[49] A.M.H. E/7/III/2/17.

[50] A.M.H. D/3/1/1.

[51] A.P.O. Secc. OI. Leg. 1.271, fol. 18.

[52] A.P.O. Secc. III. Leg. 1.228, fol. 373.

[53] A.P.O. Secc. III. Leg. 1.371, Fol. 313.

[54] MURUGARREN, Luis. Hernani durante las carlistadas. Op.cit., pp. 609 ss.

[55] GASTAMINZA, Salustiano. Op.cit. p. 72.

[56] A.M.H. D -2.1.

[57] A.P.O. Secc. III. Leg. 1.027. fol. 146.

[58] A.P.O. Secc. III. Leg. 1.216. fol. 65.

[59] A.P.O. Secc. III. Leg. 1.355. fol. 54.

[60] Real Academia de la Historia. Op.cit., p. 362.

[61] A.P.O. Secc. ID. Leg. 1.318, fol. 3.

[62] A.M.H. C/5/IV/3/7.

[63] A.M.H. D/7/1/3.

[64] Real Academia de la Historia. Diccionario Geográfico-histórico de España (1802). Reedición La Gran Enciclopedia Vasca. Bilbao, 1968, p. 362.

[65] A.M.H. A/10/1/1.

[66] A.M.H. A/1/15, fol. 72.

[67] A.M.H. 10/1/2 y 10/2/3.