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El otoño de 1936 en Guipúzcoa
Mikel Aizpuru (Director) / Urko Apaolaza
Jesús Mari Gómez / Jon Ordiozola, 2007
 VIII. LA REPRESIÓN CONTRA LOS CIUDADANOS DE HERNANI | IX. EL CEMENTERIO DE HERNANI: TESTIGO SILENCIOSO DEL PASADO | X. LA IDENTIDAD DE LAS VÍCTIMAS 

 

IX.
EL CEMENTERIO DE HERNANI:
TESTIGO SILENCIOSO DEL PASADO

 

 

La memoria de los fusilamientos en la posguerra

 

      Una de las características que más distinguió el diferente modo de actuación de los republicanos vascos y de los sublevados fue su actitud respecto a los fusilados en los respectivos bandos. El Gobierno Vasco, responsable indirecto de los asesinatos cometidos en las cárceles de Bilbao como represalia por los bombardeos cometidos por la aviación facciosa, publicó los nombres de los fallecidos y permito que se celebrasen funerales en su honor. En el caso de los muertos a manos de los militares sublevados, a los familiares se les prohibía celebrar funerales y llevar luto por los ejecutados.

      El régimen franquista sólo recordaba y homenajeaba a sus víctimas y cada uno de los frecuentes actos de homenaje hacia ellos era una nueva humillación para los familiares de los caídos en el bando republicano, porque cuanto más se exaltaba a los muertos franquistas, más se hundían los otros en el olvido (Vega Sombría, 2005, 242). La diferencia también se perpetuó en el terreno jurídico. Un decreto de 16 de noviembre de 1938 de Jefatura del Estado declaraba el 20 de noviembre día de luto nacional y, previo acuerdo con las autoridades eclesiásticas, se establecía en los muros de cada parroquia una inscripción con los nombres de los caídos por Dios y por España. Mientras estos últimos eran inscritos en el Registro Civil con dicha indicación, una orden de 26 de julio de 1939 indicaba que en el caso de los muertos republicanos, en los libros de defunciones se colocara la inscripción “Desafecto al Glorioso Movimiento Nacional”, en contraposición al “Caído por Dios y por España”.

      Esta discriminación estaba acompañada de toda una panoplia de medidas que beneficiaban únicamente a los que habían combatido en el bando franquista: reserva de plazas y puestos de trabajo, subsidios, becas, ayudas económicas dirigidas exclusivamente a los excombatientes, excautivos, familiares de mártires de la Cruzada, etcétera. Todo ello contribuyó a mantener la diferencia entre ambos bandos. Ahora bien, la necesidad de sobrevivir, de escapar a la situación de exclusión social y a la penuria económica provocó que muchos familiares de los muertos republicanos en la Guerra Civil, particularmente de los ejecutados de forma sumaria, tratasen de que sus sentimientos de dolor no se mostrasen en público, interiorizando su sufrimiento. La presión de las autoridades, civiles y religiosas, y de la sociedad victoriosa en la guerra hizo que esta situación se viviese en muchos casos como vergonzante, convirtiendo a las víctimas en culpables, (“algo habrá hecho”) y colocando al mundo de la política como elemento extremadamente negativo, ya que la participación en ese tipo de actividades había sido la causa del castigo sufrido por el familiar.

      El miedo que provocaron las consecuencias de la acción de los militares sublevados y de sus aliados civiles conllevó que los recuerdos de lo vivido en aquellos años o en la posguerra quedasen enterrados, en muchos casos, en lo más profundo de la mente y del corazón de la persona, de tal forma que al desaparecer la misma, desaparecía también el recuerdo de su familiar fallecido por la violencia franquista. Ha sido frecuente el caso de los descendientes que se han enterado muchísimos años después de la existencia de un familiar represaliado por el bando vencedor. El actual movimiento de recuperación de la memoria histórica ha servido, además de verdadera terapia colectiva, de motor para que muchos parientes de los fallecidos, sus hijos fundamentalmente, pudiesen hablar del tema y liberarse de una carga que han llevado con ellos durante casi setenta años.

      Afortunadamente, no fue esa la situación en todos los casos. Muchos familiares continuaron guardando con orgullo, pero en silencio, el recuerdo de sus víctimas y crearon rituales que permitiesen que éstos viviesen, siquiera en sus memorias. La visita a los camposantos el día de Todos Los Santos era uno de los más importantes. Ahora bien, en el caso de los desaparecidos, la incertidumbre y el desasosiego provocados por la falta de seguridad de que el ser querido estuviese efectivamente en un sitio determinado o que éste cumpliese las condiciones de dignidad exigidas a un lugar de enterramiento agravaron el sufrimiento de los familiares. Esta situación era aún más dolorosa en el caso de aquellas personas que no sabían dónde descansaban los restos de sus seres queridos. Como indicábamos en un apartado anterior, la existencia de un rito funerario es fundamental, no sólo para sostener el recuerdo perdurable de los muertos, sino también para liberarse de la carga de dolor que supone dicho hecho. Sin la restitución de sus nombres, sin una tumba a la que llevar flores, el duelo quedaba abierto aunque hayan transcurrido muchos años.

      La derrota supuso también la pérdida del pasado, de la identidad y de la esperanza en el futuro. Estos sentimientos se vieron atenuados en el caso de los nacionalistas vascos por su religiosidad, su profunda creencia en la fe católica y la conciencia de que muchos sacerdotes sufrieron persecución por sus simpatías hacia la cuestión vasca o su implicación en la difusión del nacionalismo vasco. Muchos testimonios de la época recogidos por Don José Miguel de Barandiaran subrayaron la brecha que se había iniciado entre los feligreses y la jerarquía , por la gran cantidad de religiosos que se manifestaban abiertamente a favor del bando franquista y que callaban ante la muerte de sus propios compañeros. Sin embargo, no parece que esa brecha llegase a abrirse del todo y la posibilidad de celebrar, en condiciones de clandestinidad, funerales por los muertos, permitió mantener una mayor cohesión entre este grupo de perdedores. Este hecho, junto con otros factores, favoreció su continuidad a lo largo de la dictadura franquista, mientras que otras organizaciones o ideologías, como los republicanos o los anarquistas, dejaron de existir. Ya en octubre de 1939 se celebró en la iglesia de los franciscanos de Atocha un misa-funeral por los nacionalistas donostiarras fallecidos durante la conflicto, que terminó con la detención de los asistentes por la policía (Calvo Vicente, 1995, 30).

      En el caso de Hernani se cree que el primer intento de homenaje se celebró en 1943, el Día de Todos los Santos. Alguien, en secreto, colocó una corona con los colores de la ikurriña en homenaje a los que habían sido enterrados en las fosas del cementerio. Al lado, apareció escrito lo siguiente: “Arerio maltzurrak zuek bazterrean utzi arren, eusko gogoan toki berezia daukazue” [A pesar de que el malvado enemigo os ha dejado a un lado, ocupáis un lugar especial en la memoria de los vascos]. Se pusieron denuncias para encontrar a la/s persona/s autora/s de aquello y, alegando que había dibujado las letras del texto que apareció al lado de la corona, detuvieron a un pintor. La verdadera autora era Elbira Zipitria, la fundadora del movimiento de las ikastolas de la posguerra, que tan pronto volvió de su exilio en Iparralde comenzó a colocar flores en recuerdo de Aitzol.

      El hernaniarra Juanito Goya era por aquel entonces el portero del cementerio. También fue detenido. En cuanto fue arrestado, se le ordenó que tradujera lo que estaba escrito en aquel papel. El portero respondió que, como los franquistas no habían permitido ninguna escuela en Hernani que enseñara euskara, no entendía qué ponía en aquel papel. Aquellas palabras le costaron caras a Juanito. Tuvo que permanecer dos meses en prisión; primero en Ondarreta y, luego, en Burgos. Para aquel entonces, la secretaria municipal y el alcalde defendían a Juanito. Pero cuando trataban de solucionar lo ocurrido —incluso la Guardia Civil estaba dispuesta a olvidarse del tema- los falangistas comenzaron a poner una denuncia tras otra. El hernaniarra tuvo que cumplir la condena completa

      La cantidad y, en algunos casos, la relevancia social de los fusilados en Hernani por los pelotones de ejecución de los sublevados, una de las acciones más sangrientas producidas en la retaguardia franquista del País Vasco, también contribuyeron a mantener la memoria de lo sucedido. Esta circunstancia se vio favorecida por el hecho de que los asesinados, aunque fueron muertos en diferentes lugares, fueron enterrados en unX único espacio, en el cementerio municipal, en sendas fosas. Es por ello por lo que, durante el franquismo —incluso en los momentos más duros de la inmediata posguerra- y, por supuesto, después de fallecido el militar autoproclamado jefe del nuevo estado resultante de aquella sublevación, Francisco Franco, se convierte Hernani, como decíamos, en centro de recuerdo y memoria silenciosa de todo lo acontecido en otoño de 1936. Muchos de los familiares fueron colocando lápidas en el muro del cementerio en recuerdo de sus fallecidos, en fechas más tardías.

      El problema de recuperación de los cuerpos continuó siendo la cuestión fundamental en esta primera fase. En la vecina provincia de Navarra, las quejas ante esa situación debieron llegar hasta tal punto que Marcelino Olaechea, obispo de Pamplona, publicó, en noviembre de 1939, una carta pastoral dirigida al clero en la que señalaba la necesidad de

 

      Lograr que los restos mortales de todos los hijos de la Iglesia reposen en tierra sagrada, de todos, hasta que la “luce clarius” no nos haya probado que han muerto rechazando neta y conscientemente los Santos Sacramentos y no solamente podemos ya cumplir este deber, sino que contamos también con el apoyo entusiasta de nuestro Gobernador civil que nos da así una prueba más de ejemplar espíritu cristiano.

      Por consecuencia, de acuerdo con los familiares de los difuntos y siempre en el caso que esto sea posible, de acuerdo con el alcalde del lugar, presten su ayuda para el traslado de los restos mortales al cementerio, en una forma estrictamente religiosa y privada y con la discreción, que el asunto exige; más todavía: traten de inculcar a las familias el deseo de hacer ese traslado lo antes posible, para que Vds. tengan el consuelo de saber que en los límites de su jurisdicción no ha quedado una sola víctima fuera de la tierra sagrada[214].

 

      Desconocemos si en el caso de la diócesis de Vitoria hubo algún documento en idéntica dirección, pero tenemos una directriz de las autoridades civiles en sentido opuesto. Se trata de una carta de octubre de 1940 dirigida por el alcalde de Beasain al Fiscal Instructor Delegado de Causa General de Guipúzcoa, acusando recibo de una misiva anterior en la que se ordenaba que «bajo ningún pretexto sin oportuno permiso de v.s. (fiscal) se practiquen exhumaciones de cadáveres de personas asesinadas durante la dominación roja, cuyos enterramientos se efectuaron en forma colectiva en zanjas o fosas abiertas al efecto, dentro o fuera del cementerio»[217]. La posibilidad de realizar las exhumaciones, algo anhelado por los familiares desde el mismo momento de las ejecuciones, quedaba así eliminada por largo tiempo.

      El recuerdo del conflicto civil fue omnipresente durante la posguerra, pero también representó una constante de los primeros años cincuenta. Las memorias de José Arteche, una persona especialmente martirizada por lo ocurrido, están plagadas de referencias a esa situación, «La guerra, siempre la guerra civil» y al sentido del mantenimiento de un lenguaje belicista, incluso en la Iglesia Católica, que llevó a un jesuita a proclamar en un sermón pronunciado en la basílica de Loyola en Azpeitia el 31 de julio de 1954 que la Compañía de Jesús estaba dispuesta a ofrendar más sangre, si más sangre hiciera falta. Jueces militares, autoridades, policías y censores se muestran frecuentemente en sus páginas. La mayor parte de sus amistades le aconsejaron que no publicase su diario de la guerra. El propio Arteche, que colaboraba en numerosos medios de comunicación, se autocensuró dos años antes al transcribir un sermón del obispo de Santander, José Eguino. En dicha alocución, Eguino que durante la guerra había logrado salir de su diócesis gracias a los nacionalistas vascos, había instado «al olvido de los trágicos recuerdos de la fratricida guerra civil y de las cosas ocurridas en el país durante la misma» (Arteche, 1977, 69).

      El olvido de lo sucedido era imposible, con la presencia constante de las referencias a los “muertos por Dios y por España”, a “los mártires de la Cruzada”, la celebración de la fecha del alzamiento, del Día de la Victoria y de las correspondientes “liberaciones” de las distintas poblaciones que habían caído en manos del ejército sublevado. Las iglesias y las calles mostraron la memoria de los vencedores a través de ceremonias, festejos, la colocación de placas o el traslado de los restos de los fallecidos por la “furia rojo separatista”. Mientras tanto, los muertos republicanos, especialmente las víctimas de la represión paralegal o los muertos en combate, continuaron careciendo de un enterramiento digno.

      El cambio de la situación se produjo, paradójicamente, con la finalización de las obras del monumento del Valle de Los Caídos, tras casi veinte años de trabajos, realizados en buena parte por presos políticos o comunes[218]. Esta magna edificación, inaugurada el 1 de abril de 1959, pretendía ser la consagración definitiva de la memoria de la Cruzada, pero otro de los objetivos que pretendía cubrir era «dar en él sepultura a quienes fueron sacrificados por Dios y por España y a cuantos cayeron en nuestra Cruzada, sin distinción del campo en que combatieron, según impone el espíritu cristiano de perdón que inspiró su creación, siempre que, unos y otros, fueran de nacionalidad española y religión católica» (Gil Andrés, 2006, 411). Para materializar tal pretensión, el ministerio de la Gobernación envió una circular a todos los gobiernos civiles solicitando que se elaborasen dos listas. En la primera debían incluirse aquellas personas del bando nacional muertas durante la guerra o represaliadas por los republicanos. En la segunda, aquellos que reposaban en cementerios católicos, siempre que sus familiares admitiesen que los restos fuesen llevados al santuario erigido en la Sierra de Guadarrama. La circular fue enviada a todos los ayuntamientos españoles y colocada en el tablón de anuncios municipal, pero con escaso éxito. Los familiares de las personas muertas por los franquistas no querían que los cuerpos de sus parientes fuesen llevados al Valle de los Caídos y, además, era muy difícil concretar quiénes eran esas personas y dónde estaban enterradas. Era evidente, por lo demás, que el recuerdo de los fallecidos no había desaparecido de las casas de sus allegados, ni tampoco, aunque fuese en silencio, de los sitios donde habían sido enterrados.

      La solución adoptada en muchos casos consistió en extraer los cuerpos sin solicitar ningún tipo de permiso. No es de extrañar, por lo tanto, que no se sepa exactamente cuántos cadáveres hay acumulados en la cripta madrileña, unos 35.000, ya que junto a los restos individualizados y perfectamente localizados, otros fueron depositados en recipientes colectivos o inscritos como desconocidos, aunque siempre se citaba la zona geográfica de donde provenían[219]. Los cuerpos sin identificar procedían, en muchos casos, de fosas existentes en los lugares de batalla, pero también de enterramientos clandestinos de paseados por el bando nacional. De hecho, la referencia que hemos manejado a lo largo de este trabajo sobre el número de fallecidos enterrados en Hernani corresponde a una copia de un escrito del cabo de la Guardia Civil del puesto local, con fecha 17 de junio de 1958, que se conserva en el Archivo Municipal y que, presumiblemente, se adjuntó al escrito enviado desde el ayuntamiento, con motivo del llamamiento al traslado de los restos, al Gobierno Civil de Guipúzcoa. Éste continuaba en 1960 intentando cumplir esa labor de recogida de restos[220].

      Los intentos de recuperación de los cadáveres de los fallecidos en la guerra debieron despertar viejos recuerdos en el general Franco, hasta el punto que la fundación que lleva su nombre y que custodia su archivo, posee un dossier con las circunstancias de la muerte de los sacerdotes vascos muertos por el bando nacional[221]. El informe no está fechado, pero podemos datarlo a inicios de 1959, por otro escrito sobre el padre Sagarna que fue entregado el 28 de enero de 1959[222]. No parece, por lo demás, que se caracterice por su exactitud, ya que menciona, por ejemplo, que el padre Román, fusilado en Amorebieta (Vizcaya) en 1937, está enterrado en Hernani, que Aitzol y Adarraga fueron fusilados en agosto de 1936 (cuando Guipúzcoa todavía estaba en manos de los republicanos) y que Martín Lecuona murió el 28 de octubre en Oyarzun (cuando falleció en Hernani el 7 de ese mes); cita, asimismo, a un “padre Lupo”, también enterrado en Hernani, del que no da más detalles, que probablemente sea el padre Lucus Aramendia, cuya ficha es la inmediatamente anterior, pero que murió en el puerto de El Perdón, cerca de Pamplona. Tal vez lo más sorprendente de la relación, que incluye a 15 religiosos (falta el padre Bombín), es que con la excepción de Jorge Iturricastillo, todos aparecen como enterrados en el cementerio de Hernani. En los casos de los padres Arin, Marquiegui y Guridi se especifica que fueron fusilados en Oyarzun, pero enterrados en Hernani. No sabemos si debemos creer esta afirmación, ya que es la única noticia que tenemos en ese sentido, y ya hemos mencionado lo improbable que los restos de los padres Lucus o Román fuesen trasladados hasta nuestro municipio. En el caso de Sagarna sabemos perfectamente que sus restos descansaron en el cementerio del barrio de Amalloa, en Marquina, Vizcaya.

      La posibilidad de que el dato del traslado fuese cierto estaría relacionada con los movimientos de cuerpos que se produjeron a raíz de la finalización de las obras en el Valle de los Caídos. Como hemos señalado, los Gobiernos Civiles realizaron gestiones para llevar los restos a Madrid, con desigual éxito. Una primera exploración en los libros-registro de enterramientos de la basílica, realizada por José Ignacio Casado para la Sociedad de Ciencias Aranzadi confirmó que se trasladaron restos desde diversas localidades vascas: un centenar de esqueletos desde Vitoria y otros tantos desde San Sebastián, entre otras muchas poblaciones. No existe, sin embargo, constancia de que se realizasen traslados desde Hernani. Esta cuestión ha suscitado un pequeño debate entre los investigadores, porque en la prospección arqueológica que dicha sociedad realizó el año 2003 en el cementerio de Hernani apareció una caja de traslados de restos igual a la que se recomendó para llevarlos al Valle de los Caídos. Algunos historiadores han apuntado la posibilidad de que se llevasen restos desde Hernani, sin que se registrasen en los libros del santuario franquista. El hecho de que haya varios sacerdotes entre los muertos de Hernani sería la razón para no inscribirlos. No creemos que esta hipótesis sea la correcta, ya que no tiene demasiado sentido que más de 20 años después del fallecimiento de los sacerdotes y con la amplia repercusión nacional e internacional que tuvieron aquellos acontecimientos, perfectamente conocidos, las autoridades franquistas actuasen con semejante sigilo, intentando ocultar el transporte a Cuelgamuros. El posible traslado de los restos desde el cementerio de Oyarzun podría, tal vez, explicar la presencia de la caja en el cementerio de Hernani.

      Oyarzun, pero en este caso, la fosa situada en la carretera de Artikutza, fue el testigo de la primera exhumación autorizada oficialmente, aunque con algunos reparos, de fallecidos en la guerra en Guipúzcoa. El lugar había recibido por parte de los vecinos de la zona el nombre de Katin-Txiki (Pequeño Katyn). Se trataba de la adaptación local de una de las mayores masacres producidas durante la Segunda Guerra Mundial, cuando las tropas soviéticas mataron en la población rusa de Katyn a varios miles de oficiales polacos (22.000 en total según algunas fuentes) con el objeto de eliminar los cuadros dirigentes de la sociedad de ese país, que había sido repartido entre la Alemania nazi y la Unión Soviética estalinista. Aunque la diferencia cuantitativa hace difícil establecer cualquier comparación, el apelativo acuñado muestra la conmoción creada por la acción de los verdugos franquistas. Los primeros intentos de exhumación se produjeron ya en el año 1940 ó en 1941 cuando el dueño de los terrenos solicitó que se trasladasen los restos a lugar sagrado. La visita a la localidad del obispo auxiliar de Vitoria, Javier Laucirica, no tuvo, sin embargo, resultado positivo[223].

      El tema continuó paralizado hasta 1957. A comienzos de ese año, en febrero, se celebró en Rentería un homenaje al presidente de la Diputación Provincial de Guipúzcoa, José Caballero, y en el transcurso de la misma, éste colocó su boina roja en la cabeza de un conocido requeté de la localidad. El hecho despertó los recuerdos de Joaquín Zubiria, un empresario que durante la Guerra Civil había conseguido salvar de la muerte a numerosas personas de ambos bandos. Zubiria escribió una carta a Caballero reprochándole el gesto, porque era de dominio público que dicho requeté había cometido numerosas fechorías durante la guerra. Aunque no se explica con detalle lo sucedido, Zubiria debió indicarle al presidente del ente provincial que todavía había personas sin enterrar debidamente y que él conocía a algunos familiares de los mismos y que podía ponerle en contacto con los mismos. Caballero no le contestó, pero a los pocos días Zubiria se encontró con Juan Sesé, un sacerdote que había permanecido varios años en el exilio. Este, al conocer lo ocurrido, habló con el vicario general de la recién creada diócesis de San Sebastián, con el obispo Bereciartua, con el director del Instituto Provincial de Sanidad y con Daniel Uranga, el párroco de Oyarzun. De este modo, el vicario general y el delegado provincial de Sanidad acudieron a Oyarzun a inspeccionar la fosa. Tras la inspección, se rezó un responso y el delegado dijo que se darían facilidades para el traslado de los restos. Los trámites, sin embargo, se eternizaron. El propio obispo habló con Franco durante la estancia de éste en San Sebastián en agosto y el Jefe del Estado autorizó el traslado siempre que se hiciera sin publicidad, indicando que si alguno de los familiares quería llevar los restos al Valle de los Caídos podría hacerlo.

      La supuesta intervención del vencedor de la guerra no aceleró los trámites y, finalmente, en noviembre de 1957, Zubiria llevó dos coronas de flores a Katin-Txiki. La primera de ellas rezaba “Etzaudete aztuta” (No estáis olvidados) y la segunda “Dios no os olvida”. Se trataba de hacer pública la existencia de la fosa. Cuando al día siguiente Zubiria, en compañía de José de Arteche, acudió a comprobar el estado de las coronas se encontró con que habían sido arrancadas y tiradas cerca del lugar[224]. Repuestas las flores, Zubiria regresó nuevamente a la fosa, para encontrarse con una inscripción escrita en una tabla que rezaba “Dios está con Franco”. En esta situación, Zubiria recibió un aviso de que acudiese a la Guardia Civil. Zubiria dio cuenta de las gestiones realizadas y advirtió que si no se trasladaban los cuerpos en un plazo de seis meses colocaría una cruz en la fosa. Al poco tiempo, el comisario de policía le indicó que el gobernador civil José María del Moral se comprometía a enterrar los restos en sagrado en un plazo de tres meses. La situación política se complicó en los primeros meses de 1960, con la muerte del lehendakari José Antonio Aguirre y la carta colectiva de 339 sacerdotes vascos, solicitando mayores libertades y respeto a los derechos del pueblo vasco, pero finalmente, el 25 de octubre de 1960, un numeroso grupo de operarios y de testigos exhumaron los restos de 8 cuerpos y los llevaron al camposanto de Oyarzun. Otros tantos, como mínimo, quedaron en la fosa a la espera de una segunda ocasión que nunca se produjo.

      La condición de fallecidos de segunda de los muertos del bando republicano y el mantenimiento de numerosas fosas comunes provocó la circulación de diversos rumores que querían subrayar la injusticia de las ejecuciones y el mantenimiento de una dolorosa discriminación. Uno de los comentarios más reproducidos fue un supuesto milagro producido en Marquina en torno al lugar de fallecimiento del sacerdote José Sagarna. Este habría sido enterrado en pleno monte, lo que es erróneo[225], al pie de un árbol seco, al que, posteriormente, brotaron ramas, hoja y frutos. Al exhumarse sus restos, su cuerpo supuestamente apareció incorrupto. Según el informe que llegó hasta la mesa del general Franco, que confunde a Sagarna con Celestino Onaindia, el nacionalismo vasco y, en especial el clero separatista, había utilizado estos hechos como propaganda, acudiendo numerosas personas al lugar del enterramiento[226].

      De un modo u otro, el recuerdo de los asesinados perduraba en la sociedad vasca y tímidamente empezaron a realizarse los primeros actos públicos en su memoria. Así, el 4 de octubre de 1959 se celebró en Urnieta una semana de misiones espirituales y en uno de los Vías Crucis el jesuita Miguel Zubiaga, que había sido uno de los capellanes de Ondarreta, «abordó claramente el problema. El efecto fue impresionante» (Arteche, 1977, 116). En dicha localidad, los militares sublevados y sus aliados habían fusilado a 18 personas, católicos practicantes en su mayoría. Arteche anotó en su diario que algunos fueron denunciados por un viejo eclesiástico y que sus funerales religiosos todavía no habían sido celebrados. Algunas familias habían roto con la Iglesia y a partir de aquel momento no volvieron a pisar el templo parroquial. Dos años más tarde, Arteche se hacía eco de la celebración en Villarreal de Urrechua de los funerales en recuerdo de los once fusilados por los nacionales a su entrada en aquella villa. «Su delito consistió en cometer la ingenuidad de quedarse. Asistió un gentío; algunos que no pisaban la iglesia desde hace veinticinco años».

      Los propios cambios políticos y la aparición, en los años sesenta, de nuevas generaciones que no habían vivido la guerra en primera persona, provocaron una nueva actitud ante el recuerdo de los fallecidos en la misma. El Partido Nacionalista Vasco decidió conmemorarlos con la celebración del Gudari Eguna, el día del soldado vasco, cuya primera edición se celebró el 7 de octubre de 1965. Otra de sus manifestaciones más famosas fue lo sucedido en Mondragón en marzo de 1967. En dicha fecha, la lápida dedicada a los caídos en el bando franquista, que estaba situada en los muros de la parroquia, fue destrozada por un grupo de desconocidos. Aprovechando la ocasión, el cabildo solicitó al gobernador civil y al obispo que no se autorizase la reposición de la lápida, sobre todo si ésta continuaba ignorando a los caídos en el otro bando, entre ellos el arcipreste-párroco y dos coadjutores. El prelado prometió que no permitiría la reposición, pero las presiones del gobernador civil que le manifestó la voluntad de los ministros de Gobernación, Justicia e Información y Turismo para reponer el escrito, le hicieron cambiar de opinión. Requetés y falangistas celebraron un acto de desagravio el 12 de marzo, sin la asistencia de los sacerdotes locales. El párroco retiró, además, varias coronas colocadas en el pórtico de la iglesia, por lo que el gobernador civil le multó con 25.000 pesetas, iniciándose una nueva polémica entre autoridades civiles y religiosas, ya que estas últimas, haciéndose eco del nuevo magisterio aprobado en el Concilio Vaticano II declararon su voluntad de dejar de ser lugar de cobijo de «todos aquellos signos, ajenos a la vida religiosa, que pudieran servir de motivo de discrepancia y de escisión entre los fieles de la comunidad parroquial» (Esnaola & Iturraran, 1994, 759-767). Los sacerdotes de Mondragón aprovecharon las misas de las semanas siguientes para solicitar una oración por todos los fallecidos en la Guerra Civil (Barruso, 1996a, 207-208).

      Sería un error, sin embargo, pensar que todos los familiares de las víctimas participaron de ese movimiento de recuperación de sus memorias. Muchos de ellos no querían hablar del tema, incapaces de superar el dolor que les había producido la pérdida de sus seres queridos o el miedo a sufrir nuevas consecuencias negativas por parte de las autoridades. La muerte de Franco avivó el recuerdo de los familiares y, aunque no fueron muy numerosos, la prensa vasca publicó diversos artículos sobre la represión que había seguido al estallido de la Guerra Civil. El semanario Punto y Hora de Euskalerria fue uno de los medios que más se destacó en dicha labor. Pero el miedo y la incertidumbre, alimentados por la pervivencia de los rencores y el recuerdo de la contienda bélica, se impusieron en buena parte de la opinión pública que priorizó el principio del “nunca más” y una obsesión por el orden, la estabilidad y la moderación, que fue reforzada por la propia acción de la Iglesia y la situación de bienestar que gozaba buena parte de la sociedad vasca y española. Pese a ello, el nuevo clima político favoreció que una labor que se había producido hasta entonces de forma clandestina se realizase de forma pública: la recuperación de los cuerpos de los fallecidos. En efecto, desde el mismo momento de las ejecuciones, muchos familiares que habían conseguido saber el lugar donde habían sido enterrados o abandonados los cadáveres de sus familiares, los habían rescatado para llevarlos en silencio a lugar sagrado. Tras el fallecimiento del dictador, se trataba de honrar públicamente a los muertos y homenajear su causa. Además del caso de Hernani que desmenuzamos a continuación, en junio de 1978 fueron recuperados los cadáveres de los milicianos y milicianas fusilados en Pikoketa, siendo enterrados en un mausoleo del cementerio de Irún. En el lugar fue colocado un monolito con una inscripción, y todos los años se celebra un homenaje en su recuerdo. Se trató de una labor en la que no se vislumbraba ni rencor, ni revancha, ni siquiera demanda de justicia. Se buscaba, en todo caso, el reconocimiento público de su sufrimiento privado y la rehabilitación de los nombres de los familiares. La importancia que ha adquirido el movimiento de la Memoria Histórica estos últimos años, (3 décadas después del inicio de la transición a la democracia en España), muestra que dicha labor fue muy incompleta.

 

 

La transición política y
el recuerdo de los fusilados

 

      1977 fue un año repleto de acontecimientos. En noviembre, por ejemplo, Euskal Herria cumplía dos años sin percibir la sombra del dictador, pero también hubo más noticias. En mayo, Juan de Borbón, hijo de Alfonso XIII, renunció a sus derechos dinásticos en favor de su hijo, el actual rey Juan Carlos I. En junio, sin embargo, se celebraron las primeras elecciones generales tras la dictadura: Alfonso Suárez (UCD) consiguió la victoria. Tres meses después, en septiembre, un millón de personas reivindicaban la autonomía para Cataluña en la Diada. Ese mismo mes, una persona perdió la vida en el atentado llevado a cabo por la extrema derecha en contra de la revista El Papus. Los ataques de la extrema derecha fueron habituales durante aquella época y Euskal Herria también sufrió sus efectos. Los atentados de las dos ramas de ETA conocieron en ese momento un importante recrudecimiento. Tras haber estado exiliado en Francia durante casi 40 años, Josep Tarradellas volvió a Cataluña el 23 de octubre. Dos días después, los dirigentes de los partidos políticos españoles acordaron los Pactos de la Moncloa, es decir, un proyecto que solucionara la alarmante situación económica del país. A mediados de ese año, la inflación era del 44% y el desempleo iba en aumento. El 27 de octubre, el nuevo parlamento español votó y aprobó dicho acuerdo.

      Además de los cambios políticos, la sociedad vasca se encontraba inmersa en un proceso de transformación radical. También Hernani. La situación sociopolítica de la localidad no era nada fácil. La crisis económica afectó gravemente a la industria local y los trabajadores llevaron a cabo numerosas huelgas en las fábricas de la población exigiendo dignidad laboral. De ese modo, el comienzo de 1977 fue bastante agitado en Hernani. Tras proclamarse a los cuatro vientos la víspera en Donostia, el 20 de enero, el día de San Sebastián, en una reunión extraordinaria por la tarde, la corporación municipal decidió colocar la ikurriña. Así, la bandera vasca, ausente desde hacía mucho tiempo, se hacía un hueco en el balcón del ayuntamiento, al lado de la bandera española y la local. Otra decisión significativa que tomó la corporación municipal aquel año fue la de reemplazar el nombre de la Plaza España por el de Plaza de los gudaris. Mientras los partidos democráticos tradicionales decidían participar en las elecciones propuestas por Adolfo Suárez, obteniendo unos buenos resultados, especialmente el PNV y el PSOE; la izquierda más radical se debatía sobre la aceptación de la vía reformista o el mantenimiento de la vía rupturista. De hecho, el 5 de octubre de 1977 se produjo una reunión en Hernani de los partidos EIA, EK, EKA, ESB, HASI, LAIA, LC, LKI y OIC en la que, además de condenar el acuerdo preautonómico del PNV y PSOE, se hizo una reivindicación a favor de la unión de la izquierda abertzale.

      Al igual que otros lugares, Hernani supo de los ataques de la extrema derecha. El 8 de octubre, el taxista David Salvador fue asesinado en Andoain; el 27, un artefacto explosivo estalló en la fontanería Pedro Mari Goikoetxea. La Triple A reivindicó los dos actos. La cantera del monte Santa Bárbara también fue noticia. Tras haber sido explotada durante treinta años, se propagó la noticia de que las explosiones de la cantera iban a finalizar. El dueño de la cantera, el propio jefe de la empresa Aramburu Harrobia, afirmó que no veía ningún impedimento para dejar la explotación, siempre y cuando el ayuntamiento estuviera dispuesto a pagarle una importante cantidad de dinero por daños y perjuicios.

      1977 fue un año lleno de incidentes en Hernani: la situación política, el desempleo... Además de esa situación, los mayores tenían muy presente lo vivido durante la Guerra Civil: es decir, las situaciones vividas cuarenta años atrás, o lo que es lo mismo, las personas fusiladas tras el alzamiento de 1936 en el muro de la entrada al cementerio del pueblo.

 

 

El primer homenaje público,
30 de octubre de 1977

 

      El primer homenaje público en recuerdo de los fusilados se llevó a cabo el 30 de octubre de 1977 mediante una serie de actos, fundamentalmente religiosos. Tuvo un carácter abierto y masivo. Supuso, asimismo, una ocasión para romper el silencio que tantos años había durado y, de este modo, fueron muchos los que se colocaron delante de una hoja en blanco, con la intención .de recuperar la memoria histórica: los testimonios coincidían. Hubo quien afirmó que en 1936 los cruzados franquistas fusilaron y enterraron a cerca de 300 personas. Incluso quien recordó que aquel episodio teñido de sangre debía contarse en voz baja. También se escribió que para comenzar una convivencia de respeto era fundamental solucionar una injusticia: «para impulsar la paz, la convivencia y la armonía entre todos nosotros». Del mismo modo, se recordó que, para poder emprender una nueva vida, era conveniente realizar un acto en favor los fallecidos. He aquí dos reflexiones publicadas en el semanario nacionalista Euzkadi:

 

      Pocos niños de Hernani han olvidado aquello. [...] Hernani ha permanecido en silencio hasta ahora. Las flores frescas que de vez en cuando han ido apareciendo en la fosa común han roto ese silencio, si es que las flores pueden acallar ese silencio [...]. Nunca se permitió ninguna celebración religiosa. Nunca apareció frase alguna de respeto en la prensa. Siempre se ha tratado de muertos clandestinos. Y ya ha llegado la hora de que públicamente se paguen esos insultos, ya que a ninguno de esos 300 se les ha imputado la muerte de alguien o el robo de algo[225].

 

      La segunda cita también subrayaba la necesidad de recordar:

 

      Berrogei urte zaarrago geranontzat, ta ordun ogeitaka gendunontzat, bien hitarte ontan, makiña gertakizun ikusi eta bizi degu. Berrogei orte oietan geren buruak makurtuta eduki izan gendunok, ze nolako naigabetasunak nabaitu ditugu. Izkillupean egon bearra, minori txiki eta arroak menperatuak, ta gure txepeltasunak, ederki maniatu dituzte oiek. Orain, gaur, askatuago bizi gera ta baztertuta egon dirán trapu zikiñak aziak dira agertzen. Agerpen oiek ordea ez dira orain arte arro ibilli dirán oien aurkako, baizik; gogoratzeko, ta zer egin zuten adierazteko berrogei urtetik berako jaio diranentzat.

      Zer egin zuten? Guazen geldika gogoraztea ez dakitenari. Amalau apaiz erail zituzten. Guziak euskaldun onak. Bere erria maite zutenak. Zer erru zuten? Gaur eguneko ezer ez, baiñon, une aietan gorrotoz beterik zetozten pizti aientzat, naparru aldetik, aitzeki gutxi.

      [...] Ernanin izan giñan lengo igandean. Bertan bost milla batu giñan eta mesa entzun ondore, guziak joan giñan kanposantura. An zeunden bazterrian, lurpean ilera ura lorez eztalita.

      [...] Gaur ordea erriak ikusi du nolako kalteak egin zituzten gure arerioak. Zenbat bizi gera ordun gazte giñanak? Egunetik ogeita amar? Genontzeko irurogeita amar oiek ez zuten ezer ikusi, ta ez naiz arritzen, askok ez jakitea gure une aietako estuasunak. Irakurri zuk gazte. Or daude liburuetan eta oraindik idatziko diranetan ere irakurri ta jakingo dezute zer egin zuten besteak. Eta ori, gure portamen izanik ain garbia, ain zuzen jokatua, iñuri kalte egin eza[226].

 

      El homenaje fue consecuencia de una doble iniciativa. Por un lado, el párroco del pueblo, José Eusebio Iraola Iparragirre, fue uno de los principales promotores de la construcción de una cripta en favor de los fusilados. El Partido Nacionalista Vasco, por su parte, aprovechó la inauguración de dicha cripta para realizar el homenaje propiamente.

      El interés de Eusebio Iraola por el tema no era mera casualidad. La Guerra Civil sorprendió al ahora párroco de Hernani en Guevara (Alava), en el bando sublevado. Tuvo que enrolarse como capellán en el ejército franquista, ejerciendo su ministerio en Burgos y en Azpeitia. Se encontraba en esa última localidad, cuando supo que los gudaris se habían rendido en Santoña, tras haber abandonado Bilbao en junio de 1937. Lo sorprendieron llenando un coche con ayudas, y fue castigado. Como consecuencia tuvo que permanecer en Andalucía una larga temporada. Luego fue el ayudante de monseñor Lorenzo Bereciartua, obispo de Guipúzcoa durante varios años. El 11 de julio de 1965 fue nombrado párroco de la iglesia San Juan Bautista de Hernani. En el pueblo se le conocía como Don Eusebio.

      El 13 de julio de 1977 hizo una petición en el ayuntamiento. El escrito dice así:

 

      Existe, en el lado sur del cementerio municipal de Hernani, un lugar donde hace 40 años un grupo de personas (200) fueron enterradas, entre ellas había varios sacerdotes, sus nombres aparecen escritos en la pared;

      Durante este largo tiempo se ha pensado alguna vez en arreglar esa ignonimia.

      Debido a la situación política y social que todos conocemos, no se ha podido llevar a cabo ningún plan para acabar con esa situación.

      Parece ser que de aquí a cuarenta años podría realizarse un proyecto que diera fin a esa situación.

      Se trataría de, manteniendo la situación actual (monumentos conmemorativos, etc.), crear un panteón-cripta en todos aquellos lugares donde se encuentran los cadáveres; mediante una cristalera se elevarían un poco las paredes, de manera de que quedaran a la vista las montañas y paisajes de alrededor, y se cubriría para que quedara como un espacio verde parecido a un jardín.

      El plan ya ha conseguido el beneplácito de los señores obispos.

      La financiación del proyecto quedaría a cargo de la parroquia de San Juan Bautista.

      Por todo esto, por la confianza que en usted tengo depositada, le ruego tenga usted la amabilidad de estudiar este proyecto y esta petición y dé el consentimiento necesario para que se lleve a cabo lo antes posible.

      Dios guarde a usted muchos años.

 

      El consistorio, tras oír el informe que realizó Atanasio Lapazarán, el aparejador del Ayuntamiento, y recordar que era él el propietario de las tierras del cementerio donde se quería construir la cripta, decidió, el 6 de septiembre, en el pleno de la Comisión Permanente del Ayuntamiento aceptar unánimemente la petición de Don Eusebio. Las obras para su construcción fueron aprobadas por el Ayuntamiento y el Obispado, con la previsión de que terminarían para finales de noviembre. Del mismo modo, se abrieron tres cuentas corrientes para recoger donativos a favor de la cripta.

 

      La financiación de los trabajos corre a cargo del clero de la diócesis, las casas religiosas y de los familiares de los allí sepultados. No se desdeñará el donativo de nadie que quiera sumarse a este acto de reparación. Lo que si se evitará, de todas formas, es la participación de los sectores políticos como tales[227].

 

 

El homenaje

 

      Pese a esa disposición, la Junta Municipal del Partido Nacionalista Vasco y su organización juvenil, EGI, decidieron organizar un homenaje a los fusilados. La mayoría de los periódicos de la época, algunos de los cuales hoy en día ya han desaparecido, dedicaron bastantes líneas al acontecimiento del 30 de octubre. La Hoja del Lunes, por ejemplo, publicó una semana antes, un artículo titulado Aniversario .

 

      El próximo domingo, por iniciativa del PNV, se va a conmemorar en Hernani los fusilamientos, unos 250, que tuvieron lugar entre octubre y noviembre de 1936. Se celebrará una misa en la iglesia parroquial de San Juan Bautista por el eterno descanso de todos los muertos, oficiada, entre otros sacerdotes, por el padre Olaso, seudónimo del P. Alberto Onaindia, locutor de Radio París y la BBC de Londres durante el régimen anterior[228].

 

      Los días 26 y 28 de octubre, dos periódicos, Deia y El Diario Vasco, publicaron el comunicado de la Organización Municipal del PNV y EGI de Hernani:

 

      Os invitamos a la Misa que se celebrará en la iglesia de San Juan Bautista el próximo 30 de octubre, a las 10:30 de la mañana, por todos aquellos que fueron fusilados y enterrados en el cementerio de Hernani hace 41 años, así como por aquellos enterrados en la fosa próxima al lugar sagrado, y por todos los que dieron su vida por Euzkadi. De la misma manera, quedáis invitados a los responsos que se celebrarán en los lugares en que fueron enterrados.

 

      Deia publicó una curiosa recomendación, dos días antes del acto: «Se hace un llamamiento a todos los niños de nombre Aitzol para que acudan a Hernani el próximo domingo, para homenajear al que fuera José Ariztimuño Aitzol».

      La invitación del PNV y EGI tuvo respuesta. Poco antes del día del acto, PSOE, UGT y el Partido Comunista de Euskadi declararon que también participarían en el acto. La prensa notificó que se trataba de una iniciativa seria y solemne; y que miles de personas tomarían parte en ella. Y así fue.

      El 30 de octubre se celebró en la iglesia de San Juan Bautista una ceremonia religiosa a favor de los fusilados que tuvo una gran afluencia. Un gran número de sacerdotes participaron en la misma: Eusebio Iraola, el vicario local; Alberto Onaindia Padre Olaso; Emeterio Isasti, el vicario general de pastoral de la época; Serafín Esnaola, Pío Montoya, Ignacio Larrañaga, Eugenio Arregui. Muchos de ellos habían permanecido largos años en el exilio.

      El Padre Olaso fue el encargado del sermón: primero en euskara y después en castellano. Su archivo guarda copia de la parte euskérica. Saludó a los presentes y definió los millones de muertes provocadas por las dos guerras mundiales de comienzos de siglo como un “homicidio lamentable”. Aprovechando la ocasión, el sacerdote destacó varios aspectos.

 

      Geuk be esagutu izan degu geure Errian, guda izugarrri eta ikaragarri bat. Oraiñ berrogei ta bat urte, gerra aretan sartuta gengozan. Anaiak anaiean aurka: sue, odola, ondamendia eta gorrotoa ugari. Len, bake-bakean bizi izan giñanak, bat-batera, goizetik gabera ta uste gabe, guda bildurgarri baten sartuta aurkitu giñan. Orduan bizi giñenok, beiñ be ez doguz aastuko egun eta illabete beltz eta larri aiek.

      Gudak amaitzekoan, beti ondorengo esaugarri batzuek geratzen dira, batez ere, ill-erriak, kanpo-santuak.

      (...).Ni askenengo otsaillaren 10’n, erbestean berrogei urte inguru igaro ta nere errira, Euskal-Errira itzuli nintzanean, nere lenengo ikustaldea Hernani’ra, emengo ill-errira izan zan, ñire anai Celestino, apaiza, bertan obiratuta dagolako. Leenengo zartada, garratza izan zen benetan. Nik bainekian, ñire anaia bezala beste asko onetsi gabeko lur-pean obiratuta egozala, egia esateko, ill-erritik, kanpo-santotik alboan. Izen bat edo beste bat irakurri, ta nere barruan gorde nebazan. Emen, Hernani’ko zimiterioan, ez dakit zenbat, eun, berregun edo geiago, lurperatuta dagoz, ixilian, iñori ezer esan gabe, talde moltzoak, denak nastatuta, zerraldo barik, ez izenik ez kurutzarik.

      (...) Lan zikin eta lotsagabeko ori, Hernani’ko erria lo egoala egiten zan. An gertatzen ziran gorpuak lar artean, odoleztuta, basatza artean, txakur illak bezala moltsuan jaurtita. Illda erori ziranen amak, alargunak, ume-zurtzak seguru, euren etxeetan lotan eta bakean ezer jakin gabe. Eta illak, zelako bakartasunean ilten ziran! Familiaren gomuta bat be ez eukien euren ondoan.

      (...) Orrelako gertaera negargarriak toki askotan jazo ziran egun aretan. Bi edo iru bider geiago izan ziran, errietan, atze-aldetan, gudu-tokietatik urrun ill ebezanak, gudan bertan baiño. Eriotza orreik bi aldetan gertatu ziran. Eta oraiñ, entzun: Ez da esagututen, gudari abertzale batek be iñor ill ebanik. Gure gudariak, abertzalek, euren eskuak garbi euki ebezan beti.

      Adiskideok, gu ez gara etorri gaur eliza onetara, iñori kontuak eskatuten. Ori Jaungoikoak egingo dau. Ez dakigu noiz, baiña zigur, egun baten. Guk ez degu gorrotorik, ez da mendeku edo bengantza nairik be.

      (...) Ez dakit, aspaldian, bizitzeari zor diotzegun lotsa eta errespetua bear den lez agertuten deutzegun Euzkal-Errian. Eta ez bakarrik gure bizitza, bai-ta lagun urkoana be balio aundikoa da. Gu ez gara bizitzearen jaubeak; Jaungoikoa da. Egi aundi ori sartu daigun gure biotzean, eta batez ere, gure gazte ta umetxuen barruan.

      (...) Eta, zer gaitik etorri gera gaur Hernani’ko errira? Eta, zer gaitik ille onetan, Urraillean? Ba, Hernani’n illak eta obiratuak asko direlako, eta emen sei apaiz illak be euren illobia daukelako. Oneik dira: Martin Lekuona, don Manuel Lekuonaren anai gaztea, José Ariztimuño “Aitzol”, Gervasio Albizu, José Adarraga, Alejandro Mendikute, erri onetako semea, eta Celestino Onaindia. Orren ganez, beste asko ta asko zuen ill-errian obiratuta dagoz.

      Jaunak gura izan eban, euzkotar gogorkeriz ildakoen artean, euzko apaizak be egotea. Eta gabez, illunean, ixillean, izen gabe, kurutze barik ill da, denak alkartuta dagoz samintasun, atzekabe, negar eta oiñaze ta nekaldietan. Ori da kurutzeko anaitasuna. Ori da benetan apaizentzako goresgarri arritzeko bat. Elizak berak, Elizako agintariak eurak ez eben esagutu erri ta apaizen anaitasun orren edertasuna. Egun baten eregiko dira agintari orren begiak.

      (...) Alkar maitatu bear gara, baiñaillerri be eman bear jakueeuren zuzentasuna. Areikillda dagoz, eta gu gera euren abotza. Euren izenian, eskatu nai degu errespetua, garbitasuna, eta kurutze bat. Bai-dakit Donostiako Gotzain Agurgarriak, asmo oneik barru barruan artuta daukezala. Bai-ta zuen elizburu, parrokoak ere. Gure gaurko deia, urrundik entzungo da, eta famili askok poza eta zoriontasuna aurkituko dabe[229].

 

      En cuanto acabó la ceremonia, los congregados se dirigieron hacia el cementerio para orar y hacer ofrendas florales. Durante los días posteriores, se publicaron algunas reflexiones en torno a aquella celebración. Una de ellas rezaba así:

 

      Las cinco mil personas que hicieron que el pueblo se quedara pequeño visitaron los dos lugares principales donde, supuestamente, enterraron a aquellos que fueron fusilados cruelmente. El camino hacia el campo santo se recorrió en silencio. No se vio ni una sola pancarta o bandera. Don Txomin Onaindia se encargó de las bendiciones. (...) El pueblo vasco demostró, una vez más, que es capaz de perdonar: no se escuchó ningún grito en contra de los verdugos y eso dice mucho sobre el comportamiento y el pacifismo[230].

 

      Al cabo de unos días, el PNV local, organizador del acto, dio a conocer su valoración. A pesar de que los responsables mostraran discrepancias acerca de la cantidad de gente que se reunió en el acto, estaban satisfechos con el resultado del mismo.

 

      El número de gente era numeroso, lo que nos indica el deseo del Pueblo Vasco a olvidar todo tipo de violencia y considerar por la vida humana un respeto profundo. Gente procedente de muchos pueblos (de Euskadi) acudió a Hernani para mostrarse solidarios con los familiares de los fusilados y ofrecer un homenaje póstumo a la lucha que llevó a cabo el pueblo de Euskadi contra la sublevación de las tropas nacionales en 193 6[231].

 

      A pesar de que la construcción de la cripta de Hernani estaba prevista para finales de 1977, todavía pasó cerca de un año hasta que la parroquia hizo saber que, gracias a la ayuda de los ciudadanos, ya habían acabado las obras. La “Cripta-Panteón” se convirtió en centro de memoria para numerosos familiares de los fusilados en esta localidad. Allí han ido colocando placas, hasta medio centenar, en recuerdo de sus víctimas, aunque en la mayor parte de los casos, se desconozca si fue, es, aquel el lugar donde verdaderamente fueron enterrados.

 

 

Urrechu, Elgoibar, Oyarzun...

 

      El de Hernani no fue el único acto celebrado para homenajear a los fusilados en la Guerra Civil. Dos días antes, en Villarreal de Urrechua y en Elgoibar, se celebraron ceremonias en favor de los fusilados cuarenta años atrás entre los meses de octubre y noviembre, En Elgoibar se recordó a los asesinados en 1936, pero, especialmente, al sacerdote Celestino Onaindia. El mismo día en que se cumplían 41 años desde que lo fusilaron, se celebró una ceremonia en su memoria en la que su hermano Alberto, el Padre Olaso, compartió unas reflexiones en el sermón:

 

      Juiziorik barik, epai gabe, ixillin eta illunian, lotzatuta bezala, ezaugarririk itxi barik. Zartza arte baten, onetsi bako lurrean, txakurrek balitzez lez, izen barik, kurutze gabe, basatz artean...

      Ez dakigu nortzuk ziran eta nun dagoezan eriotza areik agindu ebezanak. Zigur nago, euren barruan, gaur be, bizi ba-dira, Jaungoikoak Kain’eri esaniko itzak entzuten egongo direla: Kain, nun dago Abel, zure anaia[232].

 

      Tras los homenajes de Elgoibar y Hernani, el 1 de noviembre, se celebró otro acto en Oyarzun organizado por los ayuntamientos de Mondragón y Oyarzun, ya que la mayoría de los fusilados eran de estas localidades. Al mediodía, tras la Misa celebrada por cinco sacerdotes, los congregados se dirigieron al cementerio del pueblo. Tras la banda de txistularis, se destapó en el cementerio un monumento en memoria de los fusilados en Pikoketa en 1936. Después de rezar un Padrenuestro, Ignacio Aristizabal, alcalde de Oyarzun, pronunció unas palabras en torno a la necesidad de unión entre todos los vascos.

 

 

El maligno enemigo...

 

      En 1986, ocho años después de finalizar la construcción de la cripta, coincidiendo con el SO aniversario del alzamiento militar y aprovechando las obras que se llevaron a cabo de ampliación del camposanto, respetando y guardando la memoria de los allí sepultados, el ayuntamiento de Hernani, liderado entonces por Herri Batasuna, convocó un concurso público para colocar una escultura en el cementerio, bajo el título provisional de “ En homenaj e a los fu silados en 19 3 6 ”. El tres de j ulio de ese año, los tres miembros del jurado que reunió la comisión proclamaron ganador a Jon Iturrarte.

      Junto con la escultura, se propusieron diferentes frases para ser grabadas en la pared de piedra. “Jaioko dira berriak, gu gera Euskal Herria” (Xenpelar) [Nuevas generaciones vendrán, nosotros somos Euskal Herria]; “Hil zituzten. Ez ordea herria. Zuek duzue biziberritu Euskal Herria” [Os mataron. No en cambio el pueblo. Vosotros habéis revivido Euskal Herria]; “Herri bezala bizinahia. Gau luze luzea. Zuen odola, herriaren amas” [Ganas de vivir como un pueblo. Una noche larga. Vuestra sangre es la vida del pueblo]; y “Arerio maltzurrak zuek bazterrean utzi arren, eusko gogoan toki berezia daukazue” [A pesar de que el maligno enemigo os dejara a un lado, ocupáis un lugar especial en la memoria de los vascos], propuesto por la andereño Elbira Zipitria.

      Finalmente, el 18 de septiembre de 1986 la Comisión de Cultura decidió escribir dos textos. Uno en euskara, y el otro en castellano. “Herri bezala bizinahia. Gau luze luzea. Zuen odola, herriaren arnas” [Ganas de vivir como un pueblo. Una noche larga. Vuestra sangre es la vida del pueblo] y “La sangre de los demócratas es semilla de libertad”. Cinco días después, la Comisión del Gobierno aceptó, por unanimidad, la propuesta de la Comisión de Cultura y, poco antes de la fecha del acto, 5 de octubre, el ayuntamiento hizo pública una nota sobre el homenaje que se iba a realizar a los fusilados:

 

      Datorren urriaren 5ean, hilerrian altxamendu militarraren biktimei omenaldia egingo zaie. Ez da gaizki etorriko gogoraraztea berrehun baino gehiago pertsonek bizitza galdu zutela hilerri honetan edota ingurumarian.

      Hernaniar guztiak, eta era berezi batean familiartekoak (herritarrak edota beste herrietakoak) 50. urteurrenera (1936-1986) gonbidatzen ditugu.

      Gaurtik aurrera, eskultura baten ondoan eta haritz baten gerizpean, borrokalari adoretsu haiek leku berezi bat izango dute gure kanposantuan[233].

 

      Herri Batasuna (HB), por su parte, invitó a sus seguidores y militantes a tomar parte en el acto “de homenaje a los fusilados por las tropas fascistas”.

      La celebración comenzó al mediodía en la entrada del cementerio. Tras los compases de la txalaparta, tomó la palabra el alcalde Ricardo Mendiola Egaña. A pesar de decir que las nuevas generaciones no habían sufrido los horrores de la guerra directamente, señaló que los ciudadanos habían conocido las consecuencias de la dictadura militar «que han durado hasta nuestros días». Recordando a los fallecidos, «no olvidaremos lo ocurrido. Y tampoco comenzaremos de cero tal y como otros quieren». Se trataba, por lo tanto, de vincular a los muertos en 1936 con la apuesta política de Herri Batasuna de no aceptar la transición democrática y las instituciones surgidas de la Constitución de 1978 y del Estatuto de Autonomía.

      El alcalde expresó que el homenaje se había celebrado con la intención de superar un error histórico. «Bidezkoa zen euren izena aldarrikatzea nahiz eta beraietako askok ‘desagertuen’ taldea osatu. Zor bat dugu beraiekiko eta hein batean, gaurtik aurrera, arinagoa izango da betekizun horren pisua». [Era justo reivindicar su nombre a pesar de que muchos de ellos formaran parte de los “desaparecidos”. Tenemos una deuda con ellos, y, en cierta medida, de hoy en adelante, será más ligero el peso de esa tarea].

      Después, el alcalde descubrió la placa situada en la pared de la capilla del cementerio. El texto dice así: «36-ko gerrakoan, hilerri honetan, berrehun pertsonaz goiti basaki erahilak izan ziren. Askatasunaren alde bizia utzi zuten haiei, oroitzapen eta gorazarre». [en la guerra del 36, en este cementerio, fueron asesinadas salvajemente más de doscientas personas. En recuerdo y homenaje a todos aquellos que perdieron la vida por la libertad]. Tras entrar al cementerio y antes de que los congregados ante el nuevo monumento realizaran la ofrenda floral, tres dantzaris del grupo Erketz bailaron un aurresku y los jóvenes de la Ikastola Langile dedicaron a los homenajeados unos versos.

      Transcurridos doce días, el mismo día en que se cumplían 50 años de su asesinato, el PNV ofreció un homenaje a José Ariztimuño Aitzol. Estuvieron en Hernani, por ejemplo, los jeltzales Jesús Insausti Uz turre, Xabier Arzalluz y Joseba Arregi. Tras realizar la ofrenda floral en la capilla del cementerio, Joseba Arregi, el presidente del Consejo de Dirección del PNV en Guipúzcoa, dirigió unas palabras a los allí reunidos recordando a los fusilados. Al finalizar el acto, Xabier Arzalluz el presidente del PNV, realizó unas declaraciones:

      No quisiera que nuestro pueblo volviera a vivir la masacre que vivió. (... )Hay gente que no quiere mirar a] pasado, como si fuera algo muerto, y sin embargo, el pasado, algunas veces, es un ejemplo, que nos empuja al futuro y a intentar mantenernos al servicio de nuestro pueblo[236].

      El 26 de octubre, tal y como lo ha venido repitiendo desde entonces, Eusko Alkartasuna también organizó su propio homenaje a los fusilados. Los miembros de EA colocaron a los pies de la cruz que hay en la cripta de recordatorio de los fusilados una placa que dice: “Arerio maltzurrak zuek bazterrean utzi arren, eusko gogoan toki berezia daukazue (Elbira Zipitria)”. [A pesar de que el enemigo os dejara a un lado, ocupáis un lugar especial en la memoria de los vascos].

      Como queda evidenciado por esta sucesión de homenajes, el hecho de que el recuerdo de las víctimas de 1936 quedase en manos de los partidos nacionalistas no impidió que dichas organizaciones, enfrentadas duramente entre sí en Hernani, no supiesen realizar actos unitarios en honor de los fallecidos. La participación secundaria del PSOE y el PCE, hoy Ezker Batua, hay que entenderla desde parámetros diferentes. Por una parte, no había militantes destacados de dichos partidos entre los fallecidos. Por otra, el recuerdo de las víctimas era, aparentemente, incompatible con el discurso de reconciliación impulsado durante la transición y era más conveniente conmemorar el aniversario de la proclamación de la Segunda República, acto que se convirtió prácticamente en patrimonio del PCE y grupos próximos. La cuestión de la represión pasó totalmente desapercibida y el Gobierno socialista orientó sus gestiones a reconocer la participación de personas todavía vivas en el ejército republicano, concediéndoles pensiones y reconocimientos de grado.

      Finalmente, y con ocasión del 70 aniversario del inicio de la Guerra Civil, el Ayuntamiento de Hernani decidió iniciar una serie de actividades, en las que además de homenajear a las víctimas, se tratara de identificarlas. Con ese objetivo, la corporación encabezada por Mertxe Etxeberria (Euskal Herritarrok) firmó el año 2002 un convenio con la Sociedad de Ciencias Aranzadi para realizar una excavación arqueológica, siguiendo el modelo utilizado en muchas otras fosas comunes. Las tareas preliminares apreciaron que los restos humanos existentes en las mismas habían sido removidos en las sucesivas obras de ampliación del cementerio, lo que dificultaba en grado extremo la labor arqueológica. Ante esta situación, el nuevo consistorio elegido el año 2003, presidido ahora por José Antonio Rekondo (Eusko Alkartasuna) decidió elaborar un amplio programa de actividades para conmemorar mejor el aniversario. Para ello se encargó a la Universidad del País Vasco un estudio histórico sobre los sucesos de 1936 en Hernani, fruto del cual es este libro; se participó en la publicación del libro de recuerdos de Carmen Gamboa sobre su padre Raimundo, fusilado en Hernani; se implicó en la realización de un documental sobre lo sucedido, dirigido por Sabin Egilior de la Sociedad de Ciencias Aranzadi y se convocó un concurso para levantar un “monumento memorial” que recordase a las personas fusiladas y enterradas en el cementerio local. Todo ello se hacía en el marco de la colaboración del Ayuntamiento con la Diputación Foral de Guipúzcoa y el Gobierno Vasco. Estas dos últimas instituciones se implicaban así en la cuestión de la memoria de la Guerra Civil. La obra premiada, Argi Horma, del escultor Carlos López Ceballos, nieto de uno de los asesinados, fue inaugurada el 8 de diciembre del 2006 en el transcurso de un gran acto de homenaje encabezado por el lehendakari del Gobierno Vasco, Juan José Ibarretxe. En el mismo, el presidente del gobierno Vasco, en un discurso que intercalaba referencias a la situación política presente, señaló que no se puede construir sobre el olvido, ni en base a leyes de punto final y que la convivencia y la reconciliación no significan amnesia, sino una lectura crítica del pasado.

      Aunque se produjeron algunas críticas al carácter institucional de este último acto, ésta era precisamente su principal novedad. Ya que los homenajes anteriores habían tenido un carácter privado, partidista o circunscrito al ámbito local. Ni el Gobierno Vasco creado en 1980, ni mucho menos la Diputación Foral de Guipúzcoa, habían desarrollado un discurso y una práctica encaminadas a recordar la Guerra Civil y la participación de miles de vascos en la defensa de las legítimas instituciones republicanas, ni siquiera a concebir dicho enfrentamiento como una lucha de resistencia nacional contra el ocupante extranjero. El Gudari Eguna iniciado en la clandestinidad tuvo algunas manifestaciones masivas en los primeros años tras la muerte de Franco, pero siempre fue un acto organizado por Euzko Gudarostea, una organización estrechamente vinculada con el PNV y, a medida en que fueron desapareciendo los miembros de aquella generación, el acto fue perdiendo importancia. Sólo la formación del gobierno de coalición entre el PNV, EA y EB, la fuerte repercusión social que la cuestión de los desaparecidos y represaliados en la Guerra Civil tuvieron a partir del inicio del siglo XXI y el empeño de algunas asociaciones, como el Instituto Bidasoa, produjeron un cambio de actitud que llevó a la formación de una comisión interdepartamental que coordinase y promoviese diversos actos y programas relacionados con el 70 aniversario del inicio del conflicto de 1936.

      Podemos extraer una última conclusión de esta sucesión de eventos. Aunque no ha existido una reparación a los familiares de los fusilados por parte de las autoridades públicas hasta una fecha muy tardía y dichos familiares tienen la percepción de que no ha existido un reconocimiento de lo sucedido, no ha existido un olvido de los hechos, ya que su recuerdo se ha materializado con ocasión de diferentes aniversarios del comienzo de la Guerra Civil, en tres grandes homenajes, (1977,1986, 2006) y en la colocación de diversos monumentos conmemorativos que han servido para realzar mejor la memoria de todos aquellos que fueron enterrados en el cementerio de Hernani en aquel lejano, y próximo a la vez, otoño de 1936.

 

 

 

 

[216] Boletín oficial del Obispado de Pamplona, noviembre de 1939- Recogido en Azpiazu (1958, 18).

[217] AHN, Causa General, 1335.

[218] Sobre las vicisitudes de la construcción de la basílica, Sueiro 2006.

[219] Cerca de la mitad de las fichas indican “nombre desconocido”. El País, 3-4-2005-

[220] AGA, 08 3.02, 44/113/0. Memoria del Gobierno Civil de San Sebastián 1960.

[221] Fundación Francisco Franco, 4128. Es el único dossier de todo el archivo relacionado con la represión durante la Guerra Civil.
     
El dossier es probablemente la base documental para que el historiador Luis Suárez afirmase en su biografía de Franco que éste había ordenado en un momento indeterminado una investigación sobre lo sucedido. Lo sorprendente es que Suárez llegue a afirmar que siete de los sacerdotes murieron en circunstancias desconocidas, mientras los otros nueve, «de los que figuraban en los batallones gudaris capturados por la columna de Alfonso Beorlegui, habían sido juzgados, sumariamente condenados y ejecutados, sin que hubiese obtenido de Fidel Dávila una revocación de la sentencia». Suárez. Luis: Francisco Franco y su tiempo. Fundación Nacional Francisco Franco, Madrid 1984, 134-135. Citado en Meer, 1992, 201.

[222] Fundación Francisco Franco, 21775.

[223] El testimonio del principal protagonista de la exhumación de Katin-Txiki, Joaquín Zubiria, se encuentra en Euzko Apaiz Taldea, 1981,339 y ss. José Arteche que también participó indirectamente en la misma, da algunas detalles de la fase previa (1977, 117).

[224] Un anciano casero de los alrededores confesó ser el autor de la retirada de las coronas, pensando que las inscripciones estaban dirigidas hacia él, ya que había participado, cuando menos, en el enterramiento de los asesinados. Los muertos eran, a su manera, unos mártires que habían sido ajusticiados, porque «estaban en la lista». La presencia de sacerdotes confesando a los muertos, según el testimonio del testigo, justificaba sin más los asesinatos.

[225] Sagarna fue fusilado delante del caserío Amulategi, cuyo propietario, Francisco Zabala, hincó una estaca en el sitio exacto donde murió. Lo enterraron en el cementerio de Amalloa, EAT, 1981 283-294.

[226] Fundación Francisco Franco, 21775.

[227] A.E., “Hernani: un cementerio bajo la luna”, Euzkadi 47, 26-X-1977.

[228] Traducción:
     
Para los que tenemos cuarenta años más, y entonces teníamos veinte, en este transcurso de los años hemos sido testigos de muchos acontecimientos. Los que durante esos cuarenta años hemos vivido con la cabeza agachada, hemos sufrido muchísimas penas. Tener que vivir bajo la amenaza de las armas, dominados por una minoría pequeña y orgullosa, que ha manejado muy bien nuestra debilidad. Ahora, en este momento somos más libres y los trapos sucios que han permanecido arrinconados han comenzado a relucir. Pero esas apariciones no van en contra de aquellos que han vivido con la cabeza alta hasta ahora, sino que quieren hacerles recordar y explicar qué es lo que hicieron esas personas a los que han nacido en una fecha posterior al fin de la guerra.
     
¿Qué es lo que hicieron? Vamos a recordárselo poco a poco a aquél que no lo sepa. Mataron a catorce sacerdotes. Todos buenos vascos. Amantes de su pueblo. ¿Qué culpa tenían? Hoy en día nada, pero aquellas bestias que en aquel entonces venían desde Navarra llenas de ira necesitaban pocas excusas.
     
(...) Hoy, sin embargo, el pueblo ha visto qué daño causaron nuestros enemigos. ¿Cuántos estamos de los que en aquel entonces éramos jóvenes? ¿Treinta de cada cien? Los setenta restantes no vieron nada, y no me extraña, que muchos no sepan del trance que vivimos entonces. Léelo tu mismo, joven. Está ahí, en los libros y podréis leerlo también en los que todavía están por escribir, y sabréis lo que hicieron. Y todo eso a pesar de nuestro buen comportamiento, nuestra buena actitud, sin hacer daño a nadie.
     
E. Ozkin, “Oroimenez”. Euzkadi 53, 8- XII-1977.

[229] El Diario Vasco, 30-X-1977.

[230] La Hoja del Lunes, 24-X-1977.

[231] Nosotros también conocimos en nuestra Tierra una guerra terrible y aterradora. Hace unos cuarenta años estábamos inmersos en aquella guerra. Hermanos contra hermanos: fuego, sangre, destrucción y muchísimo odio. Los que antes habíamos vivido en paz, en convivencia, de la noche a la mañana, y sin darnos cuenta, nos encontramos rodeados por una guerra aterradora. Los que vivimos aquello nunca olvidaremos aquellos días y meses.
     
Cuando acaban, las guerras dejan su rastro, especialmente, cementerios, camposantos.
     
(...) Yo, el 10 del último febrero, tras haber permanecido en el exilio durante cuarenta años, cuando volví a mi tierra, a Euskal Herria, vine a este cementerio, porque mi hermano Celestino, sacerdote, está enterrado aquí. El primer golpe fue verdaderamente duro. Yo ya sabía que, al igual que mi hermano, muchos otros habían sido inhumados, sin haber tenido una digna sepultura, a decir verdad, en tierras que se encontraban al lado del cementerio. Leí algún que otro nombre y los guardé para mí. Aquí, en el cementerio de Hernani, no sé cuántos hay enterrados, puede que cien, doscientos o quizá más, en silencio, sin decir nada a nadie, grupos de personas, codas mezcladas, sin ataúdes, sin nombres, sin cruces.
     
(...) Ese trabajo sucio y desvergonzado, se llevó a cabo mientras Hernani dormía. Allí quedaban los cuerpos, entre pastos, ensangrentados, en los barrizales, amontonados en grupos como si fueran perros muertos. Las madres, las viudas, los huérfanos probablemente dormían en sus casas en paz, sin saber lo que estaba ocurriendo. ¡Y los muertos morían en soledad! Sin el recuerdo ni el consuelo de su familia a su lado.
     
(...) Sucesos tan lamentables como aquel sucedieron en muchos lugares por aquel entonces. Fueron el doble o el triple los que murieron en los pueblos, en la trastienda, lejos del campo de batalla, de los que perecieron en la propia guerra. Y ahora escuchad: no se conoce que ningún gudari abertzale matara a alguien. Nuestros gudaris, abertzales, tuvieron siempre las manos limpias.
     
Queridos amigos, hoy no hemos venido a esta iglesia a pedir cuentas a nadie. De eso se encargará Dios. No sabemos cuándo, pero probablemente algún día. Nosotros no guardamos ningún odio, ni ansias de venganza.
     
(...) No sé si, desde hace tiempo, en Euskal Herria mostramos el respeto que merece la vida como es debido. Y no sólo nuestra vida, la vida de nuestro prójimo también es muy valiosa. No somos dueños de la vida; sino Dios. Que esa verdad tan grande penetre en nuestros corazones, y sobre codo en el de nuestros jóvenes y niños.
     
(...) ¿Y, por qué hemos venido hoy al pueblo de Hernani? ¿Por qué precisamente este mes, el mes de octubre? Porque son muchos los asesinados y sepultados en Hernani, y porque seis sacerdotes asesinados tienen aquí su tumba. Son los siguientes: Martín Lekuona, el joven hermano de don Manuel Lekuona, José Ariztimuño “Aitzol”, Gervasio Albizu, José Adarraga, Alejandro Mendikute, hijo de este pueblo, y Celestino Onaindia. Además de ellos, muchos otros también están sepultados en vuestro cementerio.
     
El Señor quiso que, entre los vascos cruelmente asesinados, también hubiera sacerdotes. Y por la noche, en la oscuridad, en silencio, asesinados sin nombre, sin cruz, están todos juntos en el dolor, el sufrimiento, el lloro y la adversidad. Ésa es la hermandad de la cruz. Eso es algo que realmente elogia sorprendentemente a los sacerdotes. Ni la misma Iglesia, los dirigentes eclesiásticos reconocieron la hermandad existente entre el pueblo y esos sacerdotes. Algún día se abrirán los ojos de dichos dirigentes.
     
(...) Debemos amarnos mutuamente, pero también debemos honrar a los fallecidos. Ellos están muertos y nosotros somos su voz. Queremos pedir en su nombre respeto, claridad, y una cruz. Sé que el obispo de San Sebastián tiene asumidos esos propósitos profundamente. También vuestro pastor el párroco. Nuestra petición será escuchada desde muy lejos y muchas familias encontrarán la alegría y la felicidad.
     
Archivo del Instituto Labayru. Fondo Onaindia.

[232] “Hernani: un necesario acto de reivindicación” Euzkadi. num. 48. 2-XI-1977.

[233] Egin, 1-XI-1977.

[234] Sin ningún juicio, en silencio y en la oscuridad, como avergonzados, sin dejar rastro. Entre zarzas, sin una digna sepultura, como perros, sin nombre, sin cruz, en los barrizales...
     
No sabemos quienes fueron ni dónde están los que ordenaron aquellos asesinatos. Estoy seguro que en su interior, hoy en día, si viven, oirán las palabras que Dios dijo a Caín: ¿Caín dónde está tu hermano Abel?
     
Sermón leído por Alberto Onaindia en recuerdo de su hermano Celestino Onaindia. Elgoibar, 28-X-1977- Archivo del Instituto Labayru. Fondo Onaindia.

[235] El próximo 5 de octubre, se celebrará un homenaje a favor de las víctimas del alzamiento militar. No nos vendrá nada mal recordar que más de doscientas personas perdieron la vida en este cementerio o en sus alrededores.
     
Invitamos a todos los hernaniarras y en especial a los familiares (habitantes de Hernani o de otros pueblos) al 50 aniversario (1936-1986).
     
De hoy en adelante, al lado de una escultura y bajo un roble, aquellos valientes luchadores tendrán un lugar en nuestro camposanto.

[236] El Diario Vasco, 18-X-1986.

 

 VIII. LA REPRESIÓN CONTRA LOS CIUDADANOS DE HERNANI | IX. EL CEMENTERIO DE HERNANI: TESTIGO SILENCIOSO DEL PASADO | X. LA IDENTIDAD DE LAS VÍCTIMAS