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El otoño de 1936 en Guipúzcoa
Mikel Aizpuru (Director) / Urko Apaolaza
Jesús Mari Gómez / Jon Ordiozola, 2007

 

II.
GUIPÚZCOA EN LA SEGUNDA REPÚBLICA
(1931-1936)

 

 

La República

 

      La Segunda República española fue proclamada el 14 de abril de 1931, tras la victoria en las principales ciudades de los partidos republicanos en las elecciones municipales del 12 de abril. Desde entonces, el 14 de abril es una fecha significativa; ya que la República introdujo numerosos cambios, no sólo en España, sino en Euskal Herria. Fueron años de muchos altibajos, de caos y confusión para algunos, y llenos de esperanza para otros. Sin embargo, todo aquello no nació de la nada, y no fue sino el resultado de un proceso social que se inició a finales del siglo XIX. El primer tercio del siglo XX estuvo lleno de cambios en todo el mundo: en cuanto se dejó el viejo siglo, parecía que el tiempo había transcurrido más rápido, y con él los acontecimientos. Las masas sociales que habían comenzado a surgir en el siglo anterior estallaron en el siglo XX, y junto con ellas, la lucha de clases, las guerras y la bolsa de Nueva York. Al mismo tiempo, las ideas innovadoras cobraron fuerza: el socialismo, el nacionalismo, el fascismo... Europa se convirtió en laboratorio y la pequeña Guipúzcoa probó todos sus productos.

      A las puertas del nuevo siglo, el principal problema de Guipúzcoa seguía siendo el relacionado con la pérdida de los fueros en 1876. Sin embargo, en el siglo XX se introdujeron ideas renovadas en Euskal Herria: por un lado, el nacionalismo de Sabino Arana; por otro, el socialismo surgido como consecuencia de la industrialización. Pero el carlismo y las ideas liberales (tanto las conservadoras como las progresistas) continuaron siendo las principales ideologías en la Guipúzcoa de comienzos del siglo XX. Además de los fueros, los ciudadanos tenían más preocupaciones, sobre todo los jóvenes. Al igual que en la guerra de Cuba de 1898, los quintos llamados a tomar las armas en Marruecos pasaron por infinidad de sufrimientos, y muchos de ellos emigraron a América para evitar hacer el servicio militar. Precisamente la guerra de África fue la que trajo la Dictadura de Primo de Rivera. En 1921, las tropas españolas de Marruecos sufrieron una gran derrota en Annual (perecieron 9.000 soldados); como consecuencia de aquel suceso, con la aprobación del Rey Alfonso XIII y la pasividad de la opinión pública, el general Primo de Rivera tomó el poder en España en 1923.

      En los años sucesivos, el general golpista, con la ayuda de Francia, se enfrentó a los marroquíes de alrededor de Rif, y obligó al jefe de los guerrilleros a rendirse. Fue en aquellas campañas donde maduraron los militares que tomaron parte en el alzamiento de 1936, entre ellos el general Mola, quien envió a los requetés navarros a Guipúzcoa. La Dictadura prohibió la actividad de los partidos políticos y creó un sistema de un único partido denominado Unión Patriótica. Tras unos primeros años fructíferos, Primo de Rivera fue perdiendo prestigio, debido a problemas económicos y militares entre otros, y el general dimitió en 1929. Dámaso Berenguer fue nombrado presidente del gobierno, con el compromiso de convocar elecciones. Pero para entonces, la fuerza de la monarquía estaba agotada, ya que los monárquicos estaban divididos, y los republicanos habían comenzado a multiplicarse y a organizarse en todos las regiones. En 1930, varios partidos republicanos firmaron el Pacto de San Sebastián, con la intención de expulsar a la monarquía española y establecer una república. Para ello, los allí reunidos, con Alcalá-Zamora y Miguel Maura a la cabeza, formaron un gobierno provisional y se pusieron en contacto con algunos militares para que estuvieran listos para un alzamiento. Al cabo de unos meses hubo un intento de sublevación por parte de un grupo de la guarnición de Jaca, bajo las órdenes del capitán Fermín Galán, quien tomó el camino hacia Huesca, pero el resto de las tropas se lo impidieron y Galán fue detenido. Al día siguiente, el capitán y varios oficiales fueron fusilados en Huesca. Así las cosas, Berenguer convocó elecciones municipales para el 12 de abril de 1931, elecciones que, precisamente, se convirtieron en referéndum entre la monarquía y la república.

      Los monárquicos obtuvieron más votos y concejales, pero, en realidad, ganaron los republicanos, ya que, en las principales ciudades, donde las elecciones se llevaron a cabo con relativa libertad, fueron ellos quienes destacaron. En Guipúzcoa también ocurrió algo parecido: los monárquicos obtuvieron 185 concejales, los nacionalistas 110, los izquierdistas 100 y los tradicionalistas 70; pero los izquierdistas republicanos ganaron en las ciudades y pueblos principales (San Sebastián, Irún, Eibar, Mondragón...). Inmediatamente después de conocer los resultados, en la mañana del 14 de abril, se proclamó la Segunda República en Eibar, y el mismo día, el rey Alfonso XIII tomó el camino del exilio.

 

 

Años de república, años de cambio

 

      Siendo la provincia más pequeña de la Vasconia peninsular, Guipúzcoa era una región de gran densidad demográfica. A comienzos de la década de 1930, Vasconia tenía 1.237.000 habitantes, 302.329 de ellos en Guipúzcoa. El número de habitantes iba además en aumento, entre otros motivos, porque la tasa de mortalidad había disminuido considerablemente desde principios de siglo, gracias a los avances de la medicina. La Guipúzcoa de la década de 1930 poco tenía que ver con la provincia del siglo anterior. Cabría destacar dos grandes cambios: la urbanización y el nacimiento de la sociedad de masas. La ciudad ganó espacio al caserío y una gran parte de los habitantes vivían en los núcleos urbanos: San Sebastián tenía 80.000 habitantes por aquellos años, Irún 17.670, Mondragón 7.720 y, Hernani, por su parte, 6.282.

 

Evolución del número de habitantes del País Vasco peninsular

 

1900

1930

Guipúzcoa

195.850

302.329

Vizcaya

311.361

485.205

Navarra

307.669

345.883

Álava

96.385

104.176

Fuente: Granja-Pablo, 2002, 150

 

      La industrialización tuvo mucho que ver en aquel proceso de urbanización. Las industrias de Guipúzcoa surgieron a finales del siglo XIX y se establecieron en las décadas siguientes, más tarde que en la margen izquierda del Nervión. La industria guipuzcoana destacó por su carácter reducido y variado: se producía papel, tejidos, química, metalurgia y electricidad entre otras cosas. Es decir, los empresarios locales y extranjeros (sobre todo alemanes, ingleses...) dirigieron la producción hacia diferentes ámbitos. Las fábricas eran pequeñas (tan sólo había dos fábricas con más de 1.000 trabajadores, CAF en Beasain y Unión Cerrajera en Mondragón), y además, se encontraban diseminadas por toda la provincia, a diferencia de la concentración en una zona concreta como en Vizcaya. En 1930, el 43% de los hombres de Guipúzcoa trabajaba en la industria, el 27% en los servicios y el 30% en la pesca o en la agricultura (Valdaliso, 2002,172). En amplias zonas, todavía había quienes vivían del caserío en muchos lugares de Guipúzcoa, a pesar de que muchos jóvenes combinaban el trabajo del caserío con el de la fábrica. Sin embargo, la zona rural disponía de una herencia que le había dejado el siglo XIX: en más de la mitad de caseríos los baserritarras eran arrendatarios y debían pagarle la renta al propietario.

      En los años de la República, la modernización avanzaba sin parar. El número de matrículas de automóviles, por ejemplo, aumentó de manera espectacular (en Guipúzcoa había 8.900 automóviles en 1933) y era habitual ver coches aparcados en las calles de las ciudades y pueblos principales (Pablo, 1995, 27). A pesar de todo, aquellos Cadillac, Citroen o Fiat continuaban siendo productos de lujo. Los transportes públicos tuvieron mucho que ver en el nacimiento de la sociedad de masas; además de los principales ferrocarriles, se constituyó una firme red de tranvías alrededor de San Sebastián (Hernani, Tolosa, Rentería...) y, al mismo tiempo, las líneas de autobús se multiplicaron; aquél que podía permitírselo, podía incluso comprarse una bicicleta. Gracias a aquellos medios de transporte baratos, el pueblo llano dejó de gastar alpargatas. En lo referente a los medios de comunicación, durante la Segunda República se publicaron numerosos periódicos, que normalmente tenían una vida corta y la mayoría estaban muy politizados. He aquí los periódicos más importantes de la época: El Día (nacionalista), El Pueblo Vasco (regionalista), El Diario Vasco (católico y monárquico, apareció en 1934 y se sigue publicando) y La Voz de Guipúzcoa (republicano). Estaban de moda los periódicos de formato grande, y cada vez podían verse más fotografías en sus páginas. La prensa en euskara todavía ocupaba muy poco espacio en el mundo de los medios, pero la revista Argia, por ejemplo, con 10.000 lectores, tenía una gran difusión entré los vascoparlantes (Díaz, 1995). La radio, en cambio, no tenía tanta importancia, pero cada vez se escuchaba más.

      En lo referente a la religión, la fe católica tenía la fuerza suficiente como para hacer frente a la política laica de la República. Casi el 100% de los recién nacidos eran bautizados, y en los pueblos pequeños, la misa de los domingos reunía a todo el pueblo. Sin embargo, en las ciudades y pueblos industrializados, la práctica religiosa iba en declive. En Irún, por ejemplo, sólo la mitad de la población iba a misa los domingos, y en varios barrios de San Sebastián en los que predominaban las ideas izquierdistas, los jóvenes no querían saber nada de la Iglesia. En general, la opinión en torno a la religión se polarizó: se crearon numerosos grupos para proteger la fe católica y la Iglesia; pero, al mismo tiempo, comenzaron a propagarse poco a poco ideas contrarias a la Iglesia en las ciudades.

      A partir del siglo XX se construyeron más escuelas en Guipúzcoa, gracias a la ayuda de los ayuntamientos y de la Diputación. Es por ello que la tasa de analfabetismo se redujo considerablemente entre los jóvenes, y en la década de 1930, esa tasa no superaba el 15% en la provincia. El Gobierno republicano de Madrid dio un gran impulso a la enseñanza, a la educación laica, en concreto. Aquello propagó la tensión y el malestar en los centros religiosos, ya que ese tipo de enseñanza tenía mucha fuerza en Euskal Herria. En 1933, el Gobierno de Madrid prohibió impartir clases a las congregaciones religiosas (los jesuitas entre ellos), pero, aún así, cambiaron el nombre a las escuelas y continuaron con su labor. No obstante, muchos de los alumnos matriculados no asistían a clase, porque tenían que ayudar en casa, y tan pronto como finalizaban Primaria la mayoría comenzaban a trabajar. Tan sólo el 6% de los estudiantes pasaban al instituto, para cursar los estudios de segundo grado. La educación pública se impartía en castellano, pero en aquellos años se crearon vanas ikastolas, sobre todo desde que se prohibiera la educación religiosa. Además, en muchas escuelas vecinales de Guipúzcoa se daban las clases en euskara. Pero el idioma vasco se encontraba en una fase de debilitamiento, ya que la tendencia de retroceso de los siglos anteriores había aumentado en el siglo XX, y en amplias zonas de Euskal Herria ya no se escuchaba. En Guipúzcoa, en cambio, la lengua vasca seguía siendo la principal, sobre todo en los pueblos agrícolas. En las localidades más grandes los jóvenes tendían a hablar castellano más a menudo y en San Sebastián eran muchos los que no sabían el idioma vasco. Sin embargo, la República trajo el florecimiento de los grupos impulsores del renacimiento de la cultura euskaldun, cuya mejor expresión fue el trabajo realizado por la asociación Euskaltzaleak, dirigida por Euskaltzaindia y el sacerdote José Ariztimuño Aitzol.

      Por otro lado, en la época de la República se introdujeron numerosas modas y actividades de ocio innovadoras, pero los sectores conservadores mantuvieron los valores tradicionales. Ese choque entre pensamientos o mundos diferentes podía observarse, por ejemplo, en los bailes; en algunos lugares estaba prohibido bailar agarrados. Los nacionalistas se oponían porque era una costumbre de fuera, la Iglesia, por su parte, porque iba en contra de la moral. Sin embargo, los jóvenes cada vez bailaban más a menudo agarrados, incluso en los pueblos pequeños. Aún más, en San Sebastián se organizaban cabarets y dancings en recintos cerrados, o sino, escuchaban jazz americano. Para aquel entonces San Sebastián se había convertido en una ciudad cosmopolita, siendo el turismo de las últimas décadas el que le proporcionó ese toque de cosmopolitismo y glamour, restaurantes y hostales modernos con ascensor y agua caliente, cocina extranjera, trajes de moda americanos o franceses (como por ejemplo llevar un sombrero americano en lugar de txapela), peluquerías sofisticadas para hombres y mujeres, marcas de cigarros especiales... En comparación con la del siglo anterior, San Sebastián era otra ciudad. Pero además de a San Sebastián, aquellas modas llegaron también a los principales pueblos de Guipúzcoa, aunque fuera en menor medida. Hacer deporte era una actividad completamente innovadora, y junto con el cine, se convirtió en uno de los espectáculos más queridos por la sociedad de masas. Para entonces, el fútbol era el deporte rey de Euskal Herria, pero además de ello, el ciclismo y el montañismo (gracias a la iniciativa de los grupos de montañeros) movían también a muchísima gente. El tenis, la hípica y el automovilismo (un premio muy importante se llevaba a cabo entre San Sebastián-Hernani-Andoain), entre otros, eran deportes de elite. Junto con el deporte, el cine constituía uno de los espectáculos favoritos de la gente: en la década de 1930 había 56 salas de cine en toda Guipúzcoa, 15 de ellas en San Sebastián. Predominaba el eme americano y los jóvenes de familia adinerada no tardaron en vestirse como los actores americanos.

      En general, hubo grandes cambios en Guipúzcoa aquellos años, muchos de los cuales comenzaron a percibirse años antes. Las zonas agrícolas, los caseríos y pueblos pequeños, por su parte, vivieron aquellos cambios más tarde, y entre tanto, las costumbres y estructuras sociales del siglo XIX se mantuvieron firmes en el mundo rural.

 

 

Pequeña, plural y dinámica

 

      Si hacemos la radiografía política de Guipúzcoa en la época de la República, veremos que además de una provincia pequeña, era también plural y dinámica. Se distinguen tres principales grupos políticos en la Guipúzcoa de aquellos años: por un lado, los derechistas monárquicos y los carlistas, por otro los republicanos izquierdistas y, entre ambos, los nacionalistas. Los dos primeros eran feroces enemigos entre sí, pero ambos firmaron pactos con los nacionalistas en un momento u otro de la República (Rodríguez Ranz, 1995).

      El bloque derechista tenía más poder en Guipúzcoa del que se cree normalmente, aunque al contrario que en Álava o Navarra, era más plural. Por un lado, estaban los carlistas y los integristas (una rama del carlismo) y por otro, con una representación menor, los monárquicos dinásticos y los católicos independientes. La fuerza de los derechistas emanaba de las zonas agrícolas, sobre todo de los puntos que en una época fueron feudos carlistas (Tolosa, alrededores de Azpeitia y Azcoitia, Ordicia...). Además, ese bloque derechista estaba formado por las familias más poderosas de los pueblos y las ciudades, justamente por aquéllas que controlaban las estructuras económicas. Los derechistas se reunían en diferentes partidos: Comunión Tradicionalista (carlistas, integristas...), Unión Regionalista de Guipúzcoa (Renovación Española), CEDA... Aquellos partidos lograron presentarse unidos a la mayoría de elecciones (en ocasiones en coalición con los nacionalistas) y no tuvieron dificultades o disputas entre ellos como ocurriera en Álava.

      El PNV sufrió profundos procesos de división y unificación antes de que llegara la República. La división interna de los miembros del PNV comenzó en la década de 1920, cuando el partido era conocido como Comunión Nacionalista Vasca y sus dirigentes se inclinaron a favor del autonomismo. Ante eso, varios militantes jóvenes del partido formaron otro partido, precisamente los que trabajaban alrededor de la revista Aberri. Los aberrianos reforzaron la dinámica anterior: crearon grupos afines (Emakume Abertzale Batza, grupos de montañeros...) y dieron al partido una perspectiva más popular. Pero todas esas actividades quedaron paralizadas con la dictadura de Primo de Rivera. Tras la caída de la dictadura y en las puertas de la República, los nacionalistas comenzaron a trabajar para solucionar sus disputas internas. Los miembros de Comunión y los aberrianos volvieron a unificarse en 1930 y volvieron a llamarse Partido Nacionalista Vasco, a la vez que se aproximaba más a las doctrinas de Arana. Pero, al mismo tiempo, tuvo lugar otra división: un grupo nacionalista leyó el “manifiesto de San Andrés” el 30 de noviembre y con esa reivindicación surgió Eusko Abertzale Ekintza-Acción Nacionalista Vasca (EAE-ANV). El nuevo partido no compartía el lema JEL, “Jaungoikoa Eta Lagi-Zarrak”, [Dios y los Fueros], era aconfesional, izquierdista-liberal y republicano.

      Así pues, los nacionalistas llegaron unidos, pero al mismo tiempo divididos a la República. Pero, ¿cuál era la fuerza de este sector en Guipúzcoa? ¿Hasta dónde llegaron sus ideas? El feudo de los nacionalistas era Vizcaya; allí es donde fundó Sabino Arana el Partido Nacionalista Vasco. Pero la ideología nacionalista también caló en Guipúzcoa y se difundió por amplias zonas durante la Segunda República; y es que el PNV compartía valores que dominaban en Guipúzcoa. Dejando a un lado los pueblos industrializados o aquéllos en los que el carlismo todavía tenía demasiado poder, en el resto predominaban los nacionalistas. El PNV demostró ser un partido interclasista, ya que tuvo repercusión tanto en zonas agrícolas como en la ciudad. Además, el partido de Arana cobró más fuerza mediante pactos realizados con partidos tanto de derechas como de izquierdas. EAE-ANV, en cambio, no destacó en los pueblos pequeños, pero sí en las zonas en las que había grandes industrias, muestra de las ideas progresistas que defendía.

      La tercera parte de la radiografía política está formada por los republicanos y los socialistas. Los partidos republicanos eran, probablemente, el sector más dividido. No crearon un partido propio para Euskal Herria, sino que eran secciones de los grandes partidos españoles. Encontramos partidos de todas las ideas entre los republicanos, empezando por la derecha y hasta la izquierda, e infinitos nombres: Partido Radical, Partido Radical-Socialista, Acción Republicana, Derecha Liberal Republicana... Este sector nunca llegó a tener demasiada fuerza; pero se reunían en sedes conocidas como Centro Republicano o Agrupación Republicana que surgieron en San Sebastián y los principales pueblos de Guipúzcoa y les permitían mantener cierta cohesión. Recogían la tradición de los liberales de otra época. En Hernani, por ejemplo, celebraban en el Centro Republicano local el día de la Guerra Carlista en que los liberales liberaron al pueblo, el dos de junio. Aquellas sedes concedían cierta autonomía a los republicanos de cada pueblo. A partir de 1933, se produjo una concentración de los republicanos españoles en torno a la Unión Republicana (UR) y a Izquierda Republicana (IR). A partir de ese momento, los republicanos de Guipúzcoa fueron organizándose en torno a dichas siglas (Rodríguez Ranz, 1987, 372 y 382).

      Los socialistas se unieron a los republicanos en numerosas ocasiones. Y es que las ideas del dirigente socialista vasco Indalecio Prieto tenían mucho peso y éste defendía la colaboración con los “burgueses” como forma de ganar las elecciones. Ej socialismo contaba con una gran tradición y fuerza en Euskal Herria; tras surgir en Bilbao se extendió a las fábricas de la margen izquierda y luego a los pueblos industrializados de Guipúzcoa. En Eibar, Pasajes, Beasain, Hernani, Rentería, Irún y Mondragón, entre otros, los socialistas destacaron, y en algunos casos predominaron sobre los demás partidos. Los comunistas estaban todavía más a la izquierda; pero el PCE nunca obtuvo tanto respaldo como los socialistas, a pesar de que contara con militantes entregados. Publicaban la revista Euzkadi Roja y llevaban a cabo pintadas y acciones armadas en la calle. En un principio, los comunistas se opusieron fuertemente al gobierno republicano, pero finalmente se integraron en el Frente Popular de 1936.

 

 

La lucha obrera y el sindicalismo

 

      Un trabajador de la época republicana trabajaba ocho horas dianas, seis veces a la semana; por lo tanto, tenía una semana laboral de 48 horas. Los trabajadores de las fábricas guipuzcoanas recibían un salario mejor que el que recibían en otros muchos lugares del Estado Español. Un maquinista de primer grado cobraba 12,5 pesetas al día, mientras que un peón recibía alrededor de 8 pesetas. Por el contrario, las mujeres cobraban muchísimo menos, menos de la mitad que los hombres. No hacía mucho tiempo desde que las mujeres se introdujeran en el mercado laboral de la industria, sobre todo en las fábricas de tejidos y en los puestos relacionados con tradiciones productivas femeninas. Si comparamos el sueldo medio con el precio de los alimentos, podemos deducir que tan sólo los obreros que recibían un salario alto podían subsistir con cierta comodidad. Entre 1931 y 1936 los salarios no aumentaron en absoluto, debido a la crisis económica. Además, un año antes, el descalabro de la bolsa de Nueva York golpeó fuertemente la industria guipuzcoana y el hecho de que el gobierno español paralizara las inversiones que afectaban a la metalurgia no hizo más que agravar la crisis. El paro fue uno de los problemas más graves; en 1932 los parados ascendían a casi 7.000 en Guipúzcoa, alrededor del 15% de la población activa. Había distintos tipos de paro: en algunos casos se trataba de un paro temporal, pues las fábricas tenían distintos momentos de productividad, según los cuales contrataban a los obreros.

      En aquellos años, los dos sindicatos más importantes de Guipúzcoa eran la Unión General de Trabajadores (UGT) y Euzko Langilleen Alkartasuna-Solidaridad de Trabajadores Vascos (ELA-STV) (Barruso, 1996c). Además de estas organizaciones, existían también un sindicato comunista (CGTU), uno anarquista (CNT), así como los sindicatos libres católicos y los sindicatos agrarios. Antes de la República, la influencia de los sindicatos era muy escasa en Guipúzcoa; únicamente lograron organizarse en San Sebastián y en pueblos de gran tradición industrial (Eibar, Mondragón, Rentería...). Pero con la llegada de la República, el número de trabajadores afiliados a los sindicatos aumentó muchísimo y la repercusión de aquellas organizaciones se extendió por toda Guipúzcoa, incluso a los pueblos pequeños (sobre todo a través de ELA-STV). En total, alrededor del 30% de los trabajadores estaba afiliado a un sindicato u otro.

      UGT era el sindicato que a comienzos de la II República tenía el mayor número de afiliados en Guipúzcoa. En San Sebastián, Eibar y otras ciudades industrializadas el sindicato socialista aumentó notoriamente y en los años de la República tuvo una media de 10.000 afiliados. Sin embargo, UGT no pudo extenderse más allá de las zonas más industrializadas. ELA-STV, por el contrario, consiguió imponerse en la mayoría de los lugares de Guipúzcoa en un breve lapso de tiempo; y es que, a comienzos de la República el sindicato nacionalista no contaba con más de 5.000 afiliados y en el plazo de tres años triplicó aquel número. El éxito de los solidarios residía en su facilidad para llegar a la sociedad creyente; tal y como ya hemos mencionado, como la industria guipuzcoana estaba muy dispersa, los pueblos que confluían la agricultura y la industria eran mayoría en esta pequeña provincia. ELA tenía cierta fuerza en los ámbitos urbanos, pero el mayor apoyo lo consiguió en las zonas semi-industriales, sobre todo a partir de 1933 (hasta ese momento había tenido el nombre de SOV, Solidaridad de Obreros Vascos). El Partido Comunista, por su parte, creó en 1932 la CGTU; este sindicato contaba con pocos afiliados, pero hizo mucho ruido en contra del primer Gobierno republicano. El feudo principal de los anarquistas fue el sindicato pasaitarra de Avance Marino (750 afiliados), integrado en la CNT. Este sindicato se instaló sobre todo en los barrios que había entre Pasajes y San Sebastián, pero además, tuvo también cierta repercusión en localidades como Tolosa, Beasain y Vergara.

      En general, la postura de los principales sindicatos guipuzcoanos fue bastante moderada, a pesar de que las condiciones de vida de los trabajadores empeoraron. En lo referente a UGT, fue aliado del gobierno de Madrid durante los dos primeros años de la República, y trató de solucionar los conflictos de manera pacífica. En el caso de ELA-STV, se inclinó a favor de la “armonía social”. De todas maneras, las huelgas y las reivindicaciones se sucedieron una y otra vez, y algunas tuvieron una gran repercusión.

 

Huelgas en Guipúzcoa

Año

Número de huelgas

1931

13

1932

16

1933

12

1934

26

1935

3

1936

27

 

Fuente: Barruso (1996c, 99).

 

      Por ejemplo, en Pasajes el sindicato de pescadores La Unión, controlado por los comunistas, llevó a cabo una huelga en 1931. En la base del conflicto había reivindicaciones laborales, pero la situación se fue complicando y el Partido Comunista, con Juan Astigarribia a la cabeza, sacó a los pescadores a la calle. El 28 de mayo fue un día negro, ya que la Guardia Civil cargó contra los manifestantes y ocho de ellos perdieron la vida. La huelga que ELA llevó a cabo en las fábricas de armas de Eibar fue también significativa. Mucha mayor repercusión tuvo, como veremos, la huelga revolucionaria de 1934. En general, la mayoría de los paros obedecían al deseo de mejorar las condiciones laborales, pero en algunos casos tenían un claro matiz político o se llevaban a cabo por solidaridad hacia otros trabajadores.

      Para finalizar, no podemos dejar de mencionar los sindicatos católicos y libres, así como los sindicatos agrarios. A decir verdad, poco sabemos acerca de esos sindicatos libres y católicos. Fueron creados hacia la década de 1910 para hacer frente a los cambios introducidos por la industrialización y al impulso de las ideas izquierdistas; a comienzos de la República el número de trabajadores afiliados era bastante alto (5.500 afiliados). El sindicato donostiarra femenino Nazaret era el más fuerte entre los sindicatos católicos, y en Azcoitia, Tolosa y otras zonas tradicionalistas también contaban con este tipo de organizaciones. Sin embargo, a medida que avanzaba la República, el numero de afiliados decreció, porque ELA les ganó terreno. Finalmente, en el panorama del sindicalismo de Guipúzcoa, nos encontramos con los sindicatos agrícolas. Las cooperativas y las mutuas (aseguradoras) tuvieron más importancia que los sindicatos en las zonas rurales. Impulsados por la Iglesia Católica, bajo el nombre de Alkartasuna y San Isidro (patrón de los baserritarras), se dedicaban a vender piensos, y a asegurar el ganado. Sin embargo, durante la República hubo cambios en este ámbito: se creó Euzko Nekazarien Bazkuna [Asociación de Agricultores Vascos], sindicato impulsado por los nacionalistas. Además de desarrollar actividades ya mencionadas, ENB pretendía que los baserritarras se convirtieran en dueños de sus caseríos, valiéndose para ello de las leyes aprobadas por la República. Aquella intención, en varios casos, llegó a provocar alguna que otra tensión con los propietarios de los caseríos.

 

 

Los infinitos caminos en la política

 

      En los años que duró la República, hubo grandes altibajos, y el debate político se centró sobre todo en dos puntos: el Estatuto de Autonomía y la cuestión del papel de la religión y el laicismo. Poco después de proclamarse la II República, en las cuatro provincias del País Vasco peninsular emergió el asunto del Estatuto. El PNV se implicó totalmente en la consecución de ese objetivo. En junio, fue convocada una asamblea de las corporaciones municipales en Estella y se aprobó un proyecto de Estatuto, con el apoyo de los nacionalistas, los carlistas y los católicos. No contó con el apoyo de ANV, que se presentó a las elecciones junto con los republicanos y los socialistas. Y es que, después de abril de 1931, el nuevo gobierno de Alcalá-Zamora convocó elecciones en jumo, en las Cortes de Madrid. En España ganó la coalición republicana-socialista, pero en Euskal Herria vencieron las derechas, aquellos que apoyaron el Estatuto de Estella (exceptuando en las capitales y las principales localidades). En aquel verano de 1931, el País Vasco se dividió en dos bandos: el bloque de Estella (partidario de un estatuto católico y del orden social) y el bloque izquierdista (laico y antimonárquico). En ese marco, cada partido se inclinó a favor de uno u otro bloque según sus intereses y tradiciones.

      La cuestión del Estatuto, por otro lado, impulsó el debate sobre el laicismo. Guipúzcoa no quedó al margen de aquella tensión, y claro ejemplo de ello son las apariciones de la Virgen de Ezkioga. Miles de creyentes se reunieron en esa localidad en espera de las apariciones milagrosas, y muchos afirman que aquello fue una manera de responder a las intenciones laicistas de Madrid. En septiembre del mismo año, la mayoría republicano-socialista de las Cortes rechazó el Estatuto de Estella, porque pretendía convertir al País Vasco en un “Gibraltar Vaticanista”, según Indalecio Prieto. En su lugar, las Diputaciones controladas por los republicanos (no se llevaron a cabo elecciones para renovar esas instituciones y fue el gobierno quien designaba a sus miembros) diseñaron un nuevo proyecto de autonomía: el “Estatuto de las Gestoras”. La asamblea de los ayuntamientos vascos era la que debía dar luz verde al Estatuto para que después fuera discutido por las Cortes de Madrid. El PNV apoyó ese sistema, pero los derechistas navarros no estaban dispuestos a reconocer un Estatuto impulsado por las izquierdas, y los ayuntamientos navarros, tras diversas maniobras, no participaron en la asamblea de las corporaciones municipales vascas. El proceso para discutir el Estatuto duró dos años; mientras tanto, las disputas entre los nacionalistas católicos y los izquierdistas eran constantes en Guipúzcoa. En 1933 se llevó a cabo un referéndum sobre el Estatuto entre los ciudadanos: en Guipúzcoa el sí consiguió el 89,5% de los votos y en Vizcaya el 88,4%; en Álava, en cambio, el sí sólo obtuvo el 46% de los votos.

      Dos semanas más tarde se celebraron las elecciones generales en España. En Guipúzcoa ganó el PNV, igual que en Vizcaya; en Álava la Comunión Tradicionalista de Oriol consiguió la mayoría absoluta, y en Navarra fue la coalición derechista la que venció. En España, los partidos victoriosos fueron el Partido Radical de Lerroux y las coaliciones derechistas, y aquel resultado cerró las puertas al Estatuto. Y es que las nuevas autoridades no querían saber nada sobre el Estatuto; ya que, cuando lo apoyaron en 1931, lo hicieron en defensa de la religión, pero desde entonces, la situación había cambiado por completo.

 

Elecciones en Guipúzcoa en la ii República

Fuente: De la Granja 1986

 

      Las diferencias entre los nacionalistas y el resto de derechistas y católicos (Comunión Tradicionalista, monárquicos, radicales, CEDA...) eran cada vez más evidentes. El PNV vio que no conseguiría ningún estatuto por parte de los derechistas y, tal y como afirmaron Aguirre e Irujo en las Cortes «Bendeciremos la mano por medio de la cual nos llegue el Estatuto». Así pues, el partido de Sabino dio un giro y comenzó a acercarse a los que hasta entonces habían sido sus enemigos: los socialistas. Muestra de ello es la llamada “Guerra del Vino”. En verano de 1934, el Gobierno de Madrid quiso eliminar el impuesto del vino, una de las columnas del Concierto Económico y de la autonomía municipal. La respuesta no se hizo esperar: la “rebelión de los ayuntamientos” controlados por los nacionalistas y los partidos izquierdistas. Estas corporaciones quisieron realizar una asamblea en Zumárraga, pero la respuesta del Gobierno fue severa: algunos alcaldes fueron destituidos y varios concejales detenidos. Ante esto, los ayuntamientos que estaban a manos de los nacionalistas y los socialistas presentaron la dimisión colectiva.

      El pulso mantenido entre los municipios nacionalistas e izquierdistas y el Gobierno de Madrid fue muestra de la tensión que se vivía en aquel momento. Y es que, desde que en 1933 los derechistas llegaran al poder, la situación se había radicalizado, tanto alrededor del Estatuto como en lo referente a la postura de los empresarios. Los grupos patronales ejercieron presión ante el Gobierno para derogar varias leyes que había implantado el ejecutivo anterior. Los socialistas habían optado por la moderación hasta entonces, pero endurecieron su postura fuera del Gobierno, aumentaron las huelgas, y con ello llegó incluso un intento revolucionario. En la revolución de octubre de 1934 puede verse la mano de los socialistas y la UGT, pero también participaron en el caso vasco varios miembros de ANV o de ELA-STV. En España, el núcleo de la revolución se situó en Asturias, donde como consecuencia de las luchas entre los trabajadores de las minas y los soldados perecieron cientos de personas. En Guipúzcoa, el movimiento comenzó el 5 de octubre, con un tiroteo entre la Guardia Civil y los huelguistas en Eibar. Estos últimos mataron a dos personas en este pueblo, siendo uno de ellos el empresario y dirigente carlista Carlos Larrañaga. Las luchas finalizaron aquel mismo día. En Mondragón, en cambio, las enfrentamientos fueron más duros. Los huelguistas detuvieron a unas 60 personas, dos de las cuales, el diputado carlista Marcelino Oreja y el radical Dagoberto Rezusta, perdieron la vida. El intento revolucionario fue aplastado por las tropas llegadas desde Vitoria. En otros pueblos de Guipúzcoa la huelga fue bastante pacífica, exceptuando Tolosa, donde hubo un muerto, y Pasajes, donde el 8 de octubre hubo seis muertos como resultado del enfrentamiento entre los huelguistas y el ejército (AAVV, 1984). A partir del 11 de octubre, la situación comenzó a normalizarse, y, al mismo tiempo, se organizó la represión del Gobierno y de las autoridades provinciales. Las acciones punitivas se dirigieron especialmente contra los socialistas, aunque también se vieron afectadas otras organizaciones, incluidos los nacionalistas. Para finales de octubre habían detenido a 420 personas en toda Guipúzcoa, y la mayoría fueron llevadas al fuerte de Guadalupe de Fuenterrabía. La represión fue amplia, abarcando el Estado de Excepción, torturas, exilio, gente despedida, cierre de las sedes de UGT y CNT, que continuaron así casi un año. Los que más duramente sufrieron la represión fueron los izquierdistas, aunque los nacionalistas también sufrieron sus efectos, ya que el Gobierno los incluyó entre los culpables, y es que, al fin y al cabo, ambos grupos habían ido de la mano algunos meses atrás. Por otro lado, en noviembre de ese mismo año dieron comienzo los juicios militares contra los detenidos (Barruso, 1996b, 342-343). Para algunos mandos, aquello supuso una primera preparación para la labor que tendrían que desempeñar en 1936. En cada juicio casi siempre se . analizaban las denuncias en contra de los encausados de un pueblo; los más importantes fueron los casos de Lasarte, Hernani, Mondragón y Beasain. 29 vecinos de Lasarte recibieron penas pequeñas, exceptuando tres personas, entre ellos el conocido comunista Victoriano Vicuña, ya que se les impuso una pena de ocho años de cárcel. En el caso de Hernani, se responsabilizó a 39 miembros de UGT de robar para obtener armas y de tirotear a la Guardia Civil en un intento de hacerse con el ayuntamiento. Como consecuencia de aquello, 16 personas quedaron libres y otras 23 recibieron sentencias de 14 años y 10 meses en el verano de 1935. Los condenados permanecieron en la cárcel hasta la primavera de 1936, mientras que muchos otros marcharon al exilio.

      1935 fue un año duro, un año de represión. Pero a medida que avanzaban los meses la situación fue normalizándose; los grupos de la oposición pusieron en marcha una campaña de petición de amnistía para los detenidos en la revolución de octubre, y en 1936, de cara a las elecciones, los republicanos, los socialistas, los comunistas y los partidarios de ANV formaron el bloque conocido como Frente Popular. El PNV quedó fuera de aquel bloque izquierdista y se presentó solo a las elecciones. Los carlistas, por su parte, aceleraron el entrenamiento militar de sus requetés, el alzamiento estaba cerca, y tan sólo necesitaban la chispa para encender la sublevación. No era necesario que las disputas sociales, la violencia o las amenazas de revolución fueran reales, bastaba con que así lo creyeran aquellos que pudieran recibirlas. Así pues, la revolución de octubre de 1934, exceptuando Eibar, Pasajes y Mondragón, tuvo poca repercusión en Guipúzcoa, pero fue suficiente para extender el mensaje conservador de la amenaza de violencia y para que amplios sectores de la sociedad se unieran con ese mensaje, pensando que el peligro de la revolución estaba cerca, que podía llevarse a cabo y la lucha en su contra debía de ser total.

      Las elecciones de febrero fueron realmente competidas. En Guipúzcoa volvió a ganar el PNV, pero tanto los izquierdistas como el bloque derechista “antirrevolucionario” aumentaron deforma destacable su representación. Los nacionalistas perdieron votos, la coalición derechista recibió el tercio de los votos guipuzcoanos y la izquierda logró imponerse en San Sebastián, Irún, Eibar, Pasajes, Hernani y Beasain; en Rentería quedaron por detrás de los nacionalistas y en Tolosa por delante de la coalición derechista. En España venció el Frente Popular, aunque la diferencia con el bloque de derechas no fue muy grande. En los meses siguientes, los sindicatos retomaron el trabajo con fuerzas renovadas; por un lado, gracias a la amnistía, y por otro, porque los comunistas entraron en UGT y porque la situación impulsaba las reivindicaciones de los obreros. Aquella victoria y el nuevo marco fueron la chispa que utilizaron los requetés navarros y los militares golpistas de Marruecos. Encendieron la llama el 17 de julio de 1936.