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El otoño de 1936 en Guipúzcoa
Mikel Aizpuru (Director) / Urko Apaolaza
Jesús Mari Gómez / Jon Ordiozola, 2007

 

III.
LA GUERRA CIVIL EN GUIPÚZCOA.
RESISTENCIAS Y ATAQUES

 

      La II República Española conoció, desde prácticamente su proclamación, constantes intentos de alterar la legalidad constitucional, con conspiraciones provenientes tanto de la izquierda como de la derecha: los intentos revolucionarios de la CNT o de los comunistas durante el primer bienio, el levantamiento del general Sanjurjo en agosto de 1932, la revolución socialista de octubre de 1934 y el alzamiento militar del 17 de julio que desencadenó la guerra en 1936 fueron algunos de los acontecimientos más importantes.

      Las diversas tentativas de organizar un golpe militar contra la república fructificaron en febrero de 1936 en Pamplona. Allí se produjo una primera reunión donde varios oficiales pertenecientes a la Unión Militar Española (UME) hablaron de preparar una “acción” contra el régimen. La victoria del Frente Popular en las elecciones legislativas celebradas ese mismo mes y los posteriores traslados de destino de los militares sospechosos de oposición al nuevo gobierno aceleraron los preparativos. El día 8 de marzo se reunió en Madrid un grupo de generales, entre los que se hallaban los que serían los principales líderes de los sublevados durante la Guerra Civil, y acordaron la organización de un movimiento que evitase «la ruina y desmembración de la patria». A la cabeza del mismo estaría el general Sanjurjo, exiliado en Portugal, y el encargado de la coordinación sería el general Emilio Mola, destinado casualmente a Pamplona.

      La orientación de la sublevación, que en principio era únicamente militar, cambió radicalmente el 15 de abril de 1936, cuando el general Emilio Mola, como director” de la conspiración, dictó su Instrucción Reservada n° 1, en la que se afirmaba que «.. da conquista del poder ha de efectuarse aprovechando el primer momento favorable y a ella han de contribuir las Fuerzas Armadas conjuntamente con las aportaciones que en hombres y elementos de todas clases faciliten los grupos políticos, sociedades e individuos aislados que no pertenezcan a partidos, sectas o sindicatos que reciban inspiraciones del extranjero, socialistas, masones, anarquistas comunistas, etc. ...». Se pasaba, así, de una conjura militar a un “asalto al poder” (Ugarte, 1998) con la colaboración de los partidos y organizaciones afines, es decir, con la colaboración de los carlotradicionalistas y de Falange Española. A pesar de esta voluntad, no fue hasta el mes de junio, y no sin dificultades, cuando confluyeron en un solo proyecto faccioso los intereses de los militares y de los tradicionalistas carlistas (Maíz, 1952 y 1976). Este acuerdo y el propio desarrollo de los acontecimientos, con el asesinato el 13 de julio, en Madrid, de José Calvo Sotelo (monárquico, anticomunista y defensor de un estado fascista español) condujeron, pese a algunas vacilaciones de algunos mandos militares como el propio Franco, al intento de golpe de estado del día 17 de julio de 1936, iniciado en las posiciones españolas en África. La división del propio ejército entre los leales a la legalidad y los sublevados y la resistencia popular, particularmente significativa en Madrid y Barcelona, provocaron el fracaso del intento y el inicio de una larga guerra civil.

 

 

Las primeras operaciones y el fracaso
de la sublevación en San Sebastián

 

      El desarrollo de la guerra en Guipúzcoa, especialmente durante el periodo comprendido entre julio y septiembre de 1936, ha concitado el interés tanto de algunos de los que fueron sus protagonistas, como de varios historiadores actuales. Entre las memorias de lo sucedido podemos destacar a Manuel de Irujo (1978), Miguel de Amilibia (1978) y Manuel Chiapuso (1977) desde el lado republicano. La descripción de los acontecimientos desde el bando franquista la podemos encontrar en Morales (1937), Sainz de los Terreros (1937), Loyarte (1944) y Echeandía (1945). Entre los historiadores profesionales contemporáneos nuestros, sobresalen Félix Luengo (1987 y 1994) y, sobre todo, Pedro Barruso, el gran especialista en la Guipúzcoa de la Segunda República, la Guerra Civil y el primer franquismo. Su obra Verano y Revolución. La guerra civil en Gipuzkoa (julio-septiembre de 1936) publicada el año 1996 es nuestra referencia fundamental. La labor previa de estos autores nos permite limitarnos a resumir las líneas fundamentales de lo sucedido en este territorio en ese momento histórico. La exposición se articula en torno a un triple eje. Los movimientos realizados por los militares sublevados y sus aliados desde Navarra, la reacción de los cuarteles de San Sebastián, y la resistencia mostrada por los grupos y movimientos republicanos y antifascistas. Dejaremos para los siguientes capítulos la descripción y análisis de lo sucedido en el campo de la represión e insistiremos especialmente en las localidades donde fueron detenidas personas que más tarde serían fusiladas en Hernani. Pensamos que en algunos casos, además de los factores generales que mencionaremos más adelante, la mayor o menor resistencia ofrecida al avance de las tropas rebeldes pudo ser una razón que contribuyó a una represión más rigurosa.

      Tras el levantamiento del 18 de julio en Pamplona, el general Emilio Mola, que había conseguido sin apenas movimientos militares el control de toda la provincia, envió hacia Guipúzcoa tres columnas. Los objetivos eran ocupar el territorio guipuzcoano y apoyar a la sublevación en la capital donostiarra. La columna más importante fue mandada por el coronel Beorlegui y partió el 20 de julio de Pamplona con el objetivo de, sometiendo la cuenca del Bidasoa, asegurar la frontera y presionar así sobre San Sebastián. Beorlegui avanzó sin encontrar oposición hasta Vera de Bidasoa. Desde allí, una nueva formación, comandada por el coronel Ortiz de Zárate se dirigió hacia las alturas circundantes a Oyarzun, pero fue detenido por grupos de milicianos y fuerzas del orden leales al gobierno. También el día 20, otras dos compañías militares, una sección de ametralladoras y dos unidades de Falange y requetés, al mando del teniente coronel Cayuela, ocuparon Alsasua y se dirigieron hacia el Goyerri guipuzcoano. La tercera de las columnas, numéricamente mucho menor e integrada únicamente por falangistas y, más tarde, requetés, tenía por objetivo penetrar en el territorio guipuzcoano por la sierra de Aralar. Aunque el día 24 ya se encontraban en Gaztelu y la resistencia republicana no era muy fuerte, no llegaron hasta las puertas de Tolosa hasta el día 30 de julio. Fue desde estas posiciones desde donde comenzó la invasión de la provincia.

      En San Sebastián, mientras tanto, la indecisión de los mandos militares que tenían que sublevarse se vio reforzada por la rápida reacción de las organizaciones de izquierda. Los sindicatos UGT, CNT y el PCE se hicieron con el control de la situación, ante la falta de liderazgo de las autoridades provinciales. Sólo Irujo y algún nacionalista aislado colaboraron en los primeros momentos en la resistencia. Hubo que esperar hasta el 27 de julio para la constitución de la Junta de Defensa de Guipúzcoa. Aunque en la misma participaban todos los partidos leales a la República, incluidos los grupos nacionalistas, la hegemonía y la iniciativa en la misma corrió a cargo de las mencionadas asociaciones izquierdistas. Con el comunista Jesús Larrañaga al frente de la Comisaría de Guerra, ellos fueron los principales protagonistas de la defensa de San Sebastián y los causantes del fracaso de la sublevación en la capital donostiarra y, por extensión, en Guipúzcoa.

      En efecto, las tropas fueron acuarteladas la tarde del 18 de julio, pero debido a la falta de liderazgo claro entre los oficiales de más alta graduación al mando de los cuarteles de Loyola, no llegaron a producirse en ese momento movimientos militares significativos. Mientras tanto, los milicianos de izquierda de la capital, provistos del armamento de los acuartelamientos de la ciudad comenzaron a patrullar las calles donostiarras. Cuando el día 22, el nuevo líder de la sublevación, el teniente coronel José Vallespín, ordenó la ocupación de la capital era demasiado tarde. Los militares intentaron llegar hasta el centro de San Sebastián, pero tuvieron que retirarse, pese al apoyo civil emboscado en el Hotel María Cristina y otros edificios. La resistencia ofrecida por las organizaciones de izquierda se plasmó en fuertes enfrentamientos y combates, que impidieron a los militares alcanzar sus objetivos. El día 24 de julio, los conspiradores decidieron retirarse a los cuarteles de Loyola, en la ribera del río Urumea, no sin intentar antes nuevos ataques desde los altos circundantes a la ciudad. Sitiados y tras sufrir algunos ataques aéreos, los sublevados claudicaron el 28 de julio. Aunque Vallespín consiguió huir, 68 oficiales fueron hechos prisioneros[14].

      Varias son las circunstancias que se han apuntado como determinantes para que no llegase a cuajar el alzamiento en San Sebastián. Por un lado, la falta de liderazgo definido, es decir, la ausencia de un jefe militar cualificado que llevase a los comprometidos (básicamente oficiales de baja graduación) a hacerse con el control de la ciudad. Por otro, la debilidad de la trama civil, ya que, en comparación con lo que se produjo en Navarra, la escasa presencia en la provincia de requetés y falangistas hizo que la sublevación fuese prácticamente inexistente en el territorio, o que fuese rápidamente dominada. En el caso de San Sebastián, además, debemos de tener en cuenta la decidida actuación de la izquierda en contra de los sublevados.

      La rendición de los cuarteles de Loyola obligó a los sublevados a variar su estrategia. Beorlegui, que en unión de la columna de Ortiz de Zárate, trataba de llegar a San Sebastián desde el valle de Oyarzun, no lo pudo hacer por la resistencia de los milicianos de Rentería y por el fuego de artillería procedente desde los fuertes situados en las alturas de la zona. La derrota de los rebeldes en San Sebastián, por otra parte, aconsejaba no hacerse con la capital sin haber ocupado antes las zonas de retaguardia, por lo que Beorlegui decidió dirigirse hacia Irún. Sin embargo, la voladura del puente de Endarlaza impidió esa maniobra, quedando bloqueado en la zona Oyarzun-Lesaca.

      Por el sur, los militares continuaron la conquista del valle del Oria. Plasta el momento de la ocupación de Beasain, el 27 de julio de 1936, las tropas sublevadas apenas habían encontrado resistencia en su avance, ya que la situación que se vivía en la capital donostiarra con la sublevación en los cuarteles de Loyola y el amotinamiento de simpatizantes derechistas había obligado a los defensores de la legalidad republicana a concentrar la mayor parte de sus fuerzas en San Sebastián. Ello posibilitó la rápida penetración desde Alsasua de las tropas sublevadas al mando del teniente coronel Cayuela. Ante la indefensión en que se encontraba la cuenca alta del Oria, y conscientes de la importancia de Beasain, ya que su pérdida pondría en serio peligro Tolosa, y por extensión gran parte de la provincia, las autoridades republicanas destacaron allí un grupo de milicianos procedentes de Eibar. El día 26 de julio se libró un duro combate en las inmediaciones de la villa, tras el que, ante el apoyo artillero de los rebeldes, el bando gubernamental tuvo que retroceder hasta el casco urbano. El día 27, la resistencia fue vencida, entrando ese mismo día las tropas de Cayuela en Beasain. Las tropas asaltantes aseguraban así un punto estratégico y abrían el camino hacia Tolosa. Tras la ocupación de Beasain, los militares y sus acompañantes carlistas y falangistas, como ya habían hecho, por ejemplo, en Atáun, iniciaron los saqueos, los registros en busca de armas y, como veremos de forma más detallada más adelante, la ejecución de los vecinos sospechosos. Otras acciones que acompañaban la entrada de las tropas sublevadas eran las vejaciones contra la población civil, la requisa de los centros sociales de republicanos y nacionalistas vascos y la quema de las bibliotecas y archivos de los mismos. Estas acciones, que tenían como fin último inducir el temor entre los habitantes y defensores de las localidades sobre las que se avanzaba, consiguieron su objetivo, como quedó patente en la masiva evacuación previa a la entrada de los sublevados en las localidades que iban siendo ocupadas.

      El mismo día de la caída de Beasain, Beorlegui recibió refuerzos y decidió pasar de nuevo a la ofensiva. Una vez asegurado Oyarzun, avanzó hacía Rentería, con el objetivo final de auxiliar a los militares sublevados y cercados en los cuarteles de Loyola. Pero era demasiado tarde, ya que éstos se rindieron al día siguiente. Los republicanos, por su parte, destinaron a la defensa de Rentería sus mejores tropas, al mando del comandante Pérez Garmendia. El ataque de los sublevados fracasó ante la organizada resistencia ofrecida por el bando gubernamental y los asaltos se sucedieron en los días siguientes sin conseguir el éxito. Muestra de la dureza de los combates es el fusilamiento de seis requetés heridos, tras ser hechos prisioneros en Rentería (Runy, 1938, 21). A partir de ese momento se estabilizó el frente en los alrededores de Rentería, desplazándose la actividad a otros sectores.

      Mientras tanto, el bando gubernamental intentó organizarse, ya que una de las consecuencias que la sublevación militar provocó en Guipúzcoa fue el desplome y sustitución de los poderes republicanos por juntas o comités locales de defensa surgidos en respuesta a aquella. Con la constitución de la Junta de Defensa de Guipúzcoa, el 27 de julio de 1936, surgió un nuevo órgano de poder al que quedaron subordinados tanto el gobernador civil como el comandante militar y a ella supeditaron sus actividades la Diputación y los Ayuntamientos, que así veían sensiblemente reducidas sus funciones y atribuciones. Su vigencia y actuación efectiva se prolongó hasta mediados de septiembre de 1936, cuando San Sebastián —y acto seguido, gran parte de Guipúzcoa— fuera ocupada por las tropas sublevadas. Pero al mismo tiempo, los nacionalistas crearon su propia Junta en el valle del Urola e hicieron lo mismo los socialistas eibarreses. La dispersión y debilidad del poder republicano se vieron acrecentadas por el dinamismo de los grupos más radicales que aprovecharon la. sublevación militar para manifestar una presencia que las urnas no les habían concedido. Esa presencia, fruto de su victoria frente a los militares, se vio reforzada por la llegada a Guipúzcoa de socialistas, comunistas y anarquistas gallegos y asturianos, huidos unos de la represión militar, voluntarios los otros para defender la República en un punto clave. Mientras desde la Junta de Defensa trataban de encauzar la resistencia al golpe militar por las vías legales y lejos de cualquier extremismo, sus disposiciones se vieron desbordadas por una masa que exigía y ejercía “actos de justicia popular” inmediatos y directos, incluso antes, pero sobre todo tras conocer lo ocurrido en Beasain. El día 30 de julio, de madrugada, un grupo de milicianos asaltó la prisión provincial, la cárcel de Ondarreta, donde se encontraban la mayor parte de los detenidos a raíz de la derrota del alzamiento en la capital tras la rendición de los cuarteles de Loyola el 28 de julio. El asalto se saldó con el fusilamiento, sin juicio previo, de 53 personas, 41 de ellas oficiales. Por las mismas fechas, se practicaron numerosas detenciones que tenían el doble objetivo de controlar a los elementos derechistas y preservarlos de la furia popular. Como veremos en el capítulo siguiente, esto no bastó para que muchos de ellos conservasen la vida. Los bombardeos de la flota sublevada causaron destrozos y algunos muertos y heridos en San Sebastián, agudizando el malestar de la población.

 

 

El avance sublevado por el Valle del Oria

 

      Tras ocupar Beasain, el siguiente objetivo de los militares sublevados que avanzaban por la cuenca del Oria era Villafranca. Pese a que el primer ataque, realizado el 29 de julio, fracasó ante la defensa miliciana, el posterior repliegue de los republicanos hacia Tolosa dejó el camino libre al enemigo que, al mando del teniente coronel Cayuela, el 1 de agosto logró ocupar sin resistencia la villa. Al día siguiente se instaló en la localidad la Junta Carlista de Guerra, uno de los principales protagonistas de los primeros meses del conflicto en la provincia.

      Los primeros días del mes de agosto vieron como las sucesivas líneas de defensa instaladas por los republicanos caían una tras otra, pese a la resistencia ofrecida por estos últimos. De esta forma, el día 5 fue ocupada Alegría de Oria y el día 10 las vanguardias atacantes comenzaron a penetrar en la villa tolosana. Mientras, la Junta de Defensa de Guipúzcoa acordó la evacuación de la misma y el repliegue sobre Villabona, donde se iba a establecer una provisional línea de resistencia. Finalmente, Tolosa fue ocupada el 11 de agosto por las tropas de la columna de Cayuela, que empleó los días del 12 al 14 en consolidar la ocupación. Tras la conquista de la villa papelera, se produjo una reorganización de las fuerzas militares: unos 2.500 hombres fueron puestos bajo el mando del coronel Iruretagoyena. Sus objetivos: asegurar la villa y cortar la carretera que se dirige a Azpeitia, donde grupos de milicianos nacionalistas estaban organizando una línea defensiva. En segundo lugar, proseguir por el valle del Oria hacia Andoain, con el fin último de presionar sobre San Sebastián y enlazar con las fuerzas situadas en la zona de Oyarzun-Rentería.

      Tras un avance rápido hasta Andoain, ocupado el 17 de agosto, los militares se vieron detenidos por la línea de defensa que habían construido los republicanos entre las alturas de Burunza, Santa Bárbara, Oriamendi y Santiagomendi, enlazando así el Oria con la zona de Astigarraga-Rentería-Oyarzun. Entre los días 18 y 20, Andoain sufrió ataques aéreos republicanos y tras la toma el 23 de agosto, del monte Bercoáin, en la ribera izquierda del río Oria, Iruretagoyena ordenó el ataque al monte Burunza, principal punto defensivo de los republicanos en el flanco derecho. Su asalto definitivo y ocupación, tras varios días intentándolo, no se produjo hasta el día 29, mientras Andoain seguía siendo bombardeado por la artillería y aviación republicanas, lo que provocó varias víctimas entre la población civil. Por otro lado, esta operación costó a las fuerzas atacantes cerca de 80 bajas. Tras la batalla, las actividades en este frente se detuvieron. Las tropas atacantes se dedicaron a reforzar sus posiciones a la espera de la llegada de refuerzos para con ellos dar comienzo a la siguiente fase de operaciones: superar la línea defensiva establecida en las alturas que rodean Hernani y que cierran el acceso a San Sebastián.

 

 

El Frente del Bidasoa

 

      Desde mediados de agosto, el principal teatro de operaciones se trasladó a la zona del Bidasoa, donde se había desencadenado una potente ofensiva con el objetivo de conquistar Irún y cerrar la frontera. Las operaciones, que se desarrollaron entre el día 11 de agosto y el 4 de septiembre de 1936 (fecha de la caída de Irún), supusieron la mayor concentración de fuerzas hasta entonces conocida y fueron las más duras y costosas en vidas humanas de la Guerra Civil en Guipúzcoa. La ofensiva, cuyo inicio se realizó simultáneo a la ocupación de Tolosa y al avance sobre Andoain, obligó a los republicanos a dividir sus escasas fuerzas, ya que el bando nacional, que seguía recibiendo refuerzos y suministros, avanzaba por varios frentes.

      Los primeros ataques tuvieron como objetivo las altura en torno a Peñas de Aya (Pikoketa, Erlaiz, Gorostiaga, Pagogaina, Zubelzu...) controladas por los republicanos y que amenazaban tanto las líneas de suministro, como las vías de avance de las tropas sublevadas. Se trataba de una operación difícil, por la existencia de numerosos puntos fortificados en la zona, en previsión de un ataque desde Francia y por lo complicado y abrupto de la orografía. Sin embargo, gracias a una mezcla de arrojo y suerte, las tropas nacionales fueron ocupando una tras otra todas las posiciones, pese a la fuerte resistencia republicana. Los combates de fusilería fueron apoyados en ambos bandos por la artillería, también naval en el caso de los sublevados y el bombardeo aéreo. Beorlegui recibió, además, una bandera de la Legión como refuerzo, lo que indica la importancia que para el bando rebelde tenía el cierre de la frontera. Entre los dos bandos en lucha concentraron en la zona más de 6.000 hombres, una cifra importante, pero todavía lejos de la importante movilización que caracterizo las grandes batallas de la Guerra Civil de los años 1937 o 1938. En la batalla del Ebro, por ejemplo, participaron más de 200.000 soldados. En el caso de Irún, el numero de combatientes era semejante en cada bando, pero el potencial militar (fuerzas de artillería, fuego de fusil y armas automáticas) era notablemente superior en el bando sublevado, lo mismo que su capacidad para aportar refuerzos y rotar a los combatientes más agotados. ,

      El 26 de agosto, Beorlegui dio inicio a la ofensiva sobre Irún. Tras el fracaso d asalto a la posición de San Marcial, cambió su estrategia, realizando bombardeos continuos y amenazando con represalias a la población civil. Esta situación llevo a la evacuación y éxodo de los residentes en la zona; el mismo día 30 de agosto, mas de 2.000 personas abandonaron la localidad fronteriza en dirección a Francia. En la muga quedaron varios vagones con munición enviada por las autoridades republicanas españolas y que el gobierno de izquierdas francés impidió, desde mediados de agosto, que llegasen a manos de los milicianos. La razón de este hecho es que el gobierno galo pensaba que la llegada de dicho envío podía provocar un conflicto internacional con la Alemania de Hitler. Cientos de turistas, mientras tanto, contemplaban los combates como un espectáculo más que ofrecía la Côte Basque. Pío Baroja (2005), que había conseguido salir indemne de entre las filas de los requetés, observaba con escepticismo lo que sucedía al otro lado del río Bidasoa. Tras vanos días de intensos combates, con ofensivas y contraofensivas, un grupo de legionarios consiguió ocupar el día 2 la ermita de San Marcial. Un día más tarde, los esfuerzos republicanos no pudieron evitar que cayese el puesto fronterizo de Behobia y que al día siguiente el 4 de septiembre, fuese cerrado el Puente Internacional de Santiago, quedando definitivamente despejado el camino hacia Irún. Mientras la ciudad era evacuada, elementos anarquistas provocaron un incendio que destrozó buena parte de los edificios de la misma. El día 5 entraron los sublevados en una localidad en ruinas, pero a la que sometieron a saqueos sistemáticos. Los milicianos abandonaron también Fuenterrabía, ejecutando en su huida a varios presos derechistas recluidos en el fuerte de Guadalupe.

      Las operaciones en la cuenca baja del Bidasoa son clave en el desarrollo de la contienda en territorio guipuzcoano. Los republicanos, con la esperanza de una posible llegada de ayuda internacional, y conscientes de que ocupado Irún el camino hacia San Sebastián quedaría despejado, concentraron en la zona fronteriza la mayor parte de los efectivos con que contaban. A pesar de la aparentemente rápida victoria facciosa, nada quedaba más lejos de la realidad. Los sublevados sólo lograron avanzar tras sangrientos combates y gracias al continuo envío de refuerzos, incluidas tropas de elite, como la Legión y voluntarios, requetés y falangistas altamente motivados y, en muchos casos, con preparación militar.

 

 

La ocupación de San Sebastián

 

      Tras la conquista de Irún, el objetivo de las tropas sublevadas era la capital guipuzcoana, San Sebastián, presionando sobre ella desde dos frentes: por la carretera de Hernani, en cuyas inmediaciones —en Andoain— se encontraban las tropas de Iruretagoyena desde finales de agosto, y avanzando por la carretera de Irún. Este avance se combinó con continuos bombardeos sobre la ciudad. Los republicanos, por su parte, intentaron retrasar el avance enemigo proyectando una línea defensiva entre las alturas de Jaizquíbel y Gaintxunzketa, que enlazaría con los fuertes y alturas de las zonas de Oyarzun y Hernani: San Marcos, Txontokieta, Santiagomendi, Oriamendi y Santa Bárbara, construidos en el siglo XIX para defender la ciudad de los ataques carlistas. El día 6 de septiembre se ordenó la evacuación de Rentería, de la que partieron casi la mitad de sus vecinos.

      En lo que concierne al frente Sur, las operaciones se reanudaron el día 5 de septiembre, cuando las tropas de Cayuela avanzaron hasta las inmediaciones de Lasarte-Ona. La operación fue costosa para los asaltantes ya que, según sus partes de guerra, contaron con hasta un total de cincuenta bajas entre muertos y heridos. Ese mismo día llegó al frente la Legión Gallega (cinco compañías de falangistas y una de ametralladoras). Al día siguiente, avanzaron hasta Urnieta, aunque debieron abandonar dicha villa ante la intensidad del bombardeo republicano y, simultáneamente, otro grupo de tropas sublevadas desencadenó el asalto a Hernani desde los montes Adarra y Onyi. La localidad, temiendo la más que probable entrada de las tropas nacionales, comenzó a evacuar su vecindario. Ese primer intento fracasó, produciéndose hasta un total de 41 bajas entre los atacantes. En un posterior contraataque, las milicias republicanas sufrieron una treintena de bajas. Tras un parón de varios días en espera de refuerzos provenientes del frente de Irún, Iruretagoyena desencadenó el ataque definitivo contra Hernani. Los días 11 y 12 de septiembre fueron testigos de duros combates para dominar las alturas circundantes de Hernani, donde junto a milicianos locales se encontraban voluntarios asturianos. Las fuerzas de Iruretagoyena y la Legión Gallega lograron apoderarse de dichas posiciones y del fuerte de Santa Bárbara, tras su abandono por parte de los defensores. Hernani fue tomado ese mismo día por esas fuerzas y parte del Tercio de Lesaca. En San Sebastián se decidió evacuar la población. Los presos derechistas fueron transportados por mar a Bilbao vanos días antes, en condiciones deplorables, en las bodegas de un buque cementero. Con ellos abandonaron la ciudad los fondos de los bancos de San Sebastián.

      Un día más tarde, el 13 por la mañana, una unidad al mando del comandante Becerra, conocedora de su abandono, ocupó Rentería y también Pasajes y el fuerte de San Marcos. Se había producido la conquista de la comarca de San Sebastian. Desde el punto de vista militar, la defensa de la ciudad era imposible: las tropas de Mola se encontraban a las puertas de la misma tras la toma de Rentería, Hernani y de las alturas circundantes, la última línea de defensa de la ciudad había sido ocupada y en cualquier momento podía incluso ser bloqueada la vía de huida hacia Bilbao. San Sebastián estaba prácticamente cercada. Su defensa sólo conduciría a un combate callejero que se saldaría con numerosas bajas y la destrucción de la ciudad.

      Tras la toma de la zona de Pasajes, las compañías del Tercio de Lacar teman como misión ocupar las alturas circundantes a San Sebastián, pero una de las compañías, al mando del capitán Ureta, se adelantó al resto y entró en la capital donostiarra al mediodía de esa misma jornada, al mismo tiempo, los últimos defensores se retiraban hacia Ono. Horas después, hacia las cuatro de la tarde, entraron en San Sebastián las tropas de la columna Los Arcos mientras que las tropas de Cayuela e Iruretagoyena lo hacían por la carretera de Hernani. Se había completado así la ocupación de la ciudad. La captura de San Sebastián supuso un enorme revulsivo para las tropas atacantes. Por el contrario, significó un importante golpe moral para los republicanos.

 

 

El fin de la guerra en Guipúzcoa

 

      El mando de los militares rebeldes organizó tres columnas para conseguir la ocupación total de la provincia de Guipúzcoa. La columna dirigida por el comandante Los Arcos se dirigió hacia la zona central del territorio guipuzcoano, por la carretera que desde Tolosa se dirige hacia Azpeitia, haciendo frente a las líneas defensivas nacionalistas allí establecidas. Las fuerzas de Iruretagoyena avanzaron por la costa, y Alonso Vega penetró por el puerto de Arlabán. La velocidad imprimida por estas columnas —sobre todo los primeros días— muestra la desmoralización del bando republicano. Hay que tener en cuenta, además, que el posible apoyo local al bando sublevado era sensiblemente menor en la zona costera y oriental de Guipúzcoa. La coalición contrarrevolucionaria sólo había sido la primera fuerza electoral en las poblaciones de Azcoitia, Oñate y Legazpia. El 17 de septiembre dieron comienzo las operaciones en la zona central del territorio, y para el día 21 el comandante Los Arcos se encontraba en la ribera del río Deva, teniendo en su poder las localidades de Zumárraga, Villarreal, Azpeitia, Azcoitia, Oñate, Vergara y Elgoibar. Iruretagoyena, por su parte, inició su ofensiva el día 15, avanzando de forma paralela por la carretera de la costa y la carretera que une Villabona con Orio a través de Andazarrate y ocupando los núcleos de población a las que iban llegando. Tras los combates para sobrepasar la línea que se extendía desde el Ernio hasta el mar, el avance se realizó con escasa resistencia. Aya fue ocupado el día 20 y el 21 Zarauz, que había sido abandonada por sus defensores, tras haber sido incendiado el edificio consistorial por unos milicianos de la CNT. Un día más tarde, las tropas sublevadas entraron en Deva. Mientras parte de las tropas se desviaban hacia el interior, para auxiliar a las tropas que se encontraban en Elgoibar, el resto avanzó hasta ocupar Motrico y alcanzar en este y otros puntos el límite entre Guipúzcoa y Vizcaya. Ese mismo día, el 28 de septiembre, los sublevados lograron ocupar el monte Calamúa y la ermita de Arrate. Esta última posición fue el escenario de diversos combates entre el 2 y el 8 de octubre, momento en que la lucha remitió de forma apreciable.

      La tercera columna que ocupó Guipúzcoa inició su avance el día 21 de agosto. Su comandante era el entonces teniente coronel Camilo Alonso Vega, que luego hizo una larga carrera política en los gobiernos franquistas. Alonso Vega atacó, en primer lugar, el puerto de Arlabán, divisoria entre Álava y Guipúzcoa, que se encontraba fortificada por grupos de milicianos procedentes fundamentalmente de Mondragón. Pese a la intensa resistencia republicana, el apoyo artillero con que contaba la columna rebelde y la falta de municiones obligaron al bando gubernamental a retirarse, dejando Salinas de Léniz en manos de los atacantes. Dos días más tarde cayó Escobaza y el día 25 Arechavaleta. La toma de Mondragón, sin embargo, sólo se consiguió dos jornadas más tarde, tras intensos combates para dominar las alturas que permitían situar bajo el fuego la villa cerrajera. La llegada de refuerzos al bando gubernamental impidió que el intento de seguir avanzando hacia Vizcaya por el alto de Campánzar fructificase. Los sublevados ocuparon prácticamente todo el valle del Deva, con las excepciones de Aramayona (Álava) y Eibar y Elgueta en Guipúzcoa. Estas dos localidades sufrieron importantes daños con ocasión de la ofensiva franquista ya en la primavera de 1937. Hasta ese momento, y salvo escaramuzas esporádicas, la lucha se detuvo, llegando en algunos momentos a producirse actos de confraternización entre ambos bandos, intercambiándose tabaco y periódicos.

      Las razones de la detención de la ofensiva están relacionadas probablemente con la velocidad de la misma, que obligó a extender demasiado las líneas de aprovisionamiento y a ocupar demasiados soldados en el control del territorio conquistado y, sobre todo, en la resistencia, cada vez más tenaz, que ofrecieron los republicanos, a medida que los rebeldes se aproximaban a Vizcaya. A este hecho contribuyó la entrada decidida de los nacionalistas vascos en la guerra y la llegada, casi providencial, de armas y municiones que permitieron hacer frente a los ataques del bando nacional e incluso realizar algún contraataque, como el producido en San Prudencio, al sur de Vergara, sobre la carretera que conduce a Mondragón. Otra razón importante fue el aumento de actividad en otras zonas, fundamentalmente el traslado de las principales operaciones de guerra a la zona de Madrid. La fallida ofensiva republicana sobre Vitoria, que no pudo sobrepasar la localidad de Villarreal, a finales de noviembre de 1936, fue la última actividad bélica importante en el Frente Norte. La campaña concluyó con un coste aproximado de 3.000 fallecidos, repartidos de forma semejante entre ambos bandos. Numerosas personas vieron perdidos sus hogares, y gran parte de la población huyó a Francia o a Vizcaya. Algunos de ellos volvieron a los pocos meses, pero otros muchos no regresarían jamás. Según Arrien y Goiogana (2002, 11) entre 15.000 y 20.000 guipuzcoanos llegaron a distintos puntos de Francia. Unas 10.000 marcharon a Cataluña, una cifra indeterminada volvió a los pocos días a Guipúzcoa y el resto, algo más de 5.000 personas, permaneció en Francia, repartidos en vanos departamentos como refugiados de guerra. Otras 100.000 personas buscaron cobijo en Vizcaya.

 

 

Las causas de la derrota republicana

 

      Las razones de la derrota republicana en Guipúzcoa se pueden agrupar en dos grandes bloques: las estrictamente militares y las relacionadas con los aspectos políticos. En el primer ámbito están relacionadas con el dominio táctico, la experiencia militar y la potencia de fuego del bando nacional. Así, el masivo empleo de la artillería y el mejor armamento de los atacantes se vieron complementados con la descoordinación que se produjo en muchos momentos entre las fuerzas republicanas. Otro de los elementos del fracaso republicano fue la falta de un mando militar permanente, ya que los distintos jefes fueron desapareciendo por diversas causas, y, además, frecuentemente no eran obedecidos por los milicianos a sus órdenes, entusiastas en muchos casos, pero con escaso adiestramiento y un armamento desigual y poco efectivo. Con todo, quizá el déficit más importante en el bando republicano, y que fue determinante en el devenir de la campaña bélica en el territorio, fue la falta de armamento y munición.

      Además de los factores “técnicos”, los elementos políticos tuvieron un peso destacado en la derrota republicana. Tres son los más importantes. En primer lugar, Guipúzcoa se compartimentalizó en varias juntas de defensa, creándose comités revolucionarios que actuaban de forma autónoma y anárquica. La existencia de desconfianzas y rencillas partidistas entre las diferentes organizaciones y la incapacidad para generar una estructura organizativa eficaz dificultaron la actuación de los defensores del orden constitucional. En segundo lugar, nos encontramos con la desunión de las fuerzas políticas ante la sublevación, con grupos que rivalizaban entre sí. La apropiación de las armas del cuartel de Loyola por parte de la CNT es una de sus muestras. La práctica desaparición de los grupos moderados republicanos otra. Esa desunión tuvo en Vasconia una manifestación especial en la inicial actitud vacilante del PNV. Este partido que acababa prácticamente de iniciar un giro para conseguir la autonomía que le alejaba de las fuerzas de derechas con las que había colaborado desde comienzos de siglo y con las que compartía buena parte de su visión del mundo, se encontraba extremadamente incómodo junto a sus nuevos aliados. La mayor parte de su actividad en estos primeros meses se orientó más a vigilar a sus socios, evitando que atacasen establecimientos religiosos o asesinasen a simpatizantes de la derecha, que a desarrollar un verdadero esfuerzo de guerra. Sólo la obtención del Estatuto de Autonomía y la llegada de armas y municiones desde el exterior consiguieron que los nacionalistas se implicasen de forma activa y decisiva en la lucha contra los militares sublevados. Sin embargo, era demasiado tarde para salvar a Guipúzcoa y a la postre, para salvar a la Euskadi autónoma. El tercer elemento es el proceso revolucionario desarrollado por las organizaciones izquierdistas más radicales, comunistas y anarquistas principalmente. Estos grupos, los verdaderos artífices de que el alzamiento no tuviese éxito en San Sebastián, desbordaron claramente a las autoridades legales, creando un campo de actuación propio, pero profundamente fragmentado, que debilitó la capacidad de resistencia. Olvidaron, asimismo, que en las elecciones de febrero los partidos de centro-izquierda sólo representaban a algo más del 30% del censo de la provincia y a un 47% del censo de la capital. Muchas de sus acciones y la represión —en ocasiones, salvaje y brutal— que llevaron a cabo en lugar de permitirles acrecentar el apoyo popular a la República, tuvieron como consecuencia que muchos ciudadanos se alejasen de la misma, aunque eso no supusiera simpatía por los militares sublevados. En cualquier caso, fue la confluencia de una multiplicidad de factores la que condujo a la derrota del bando republicano, convirtiendo Guipúzcoa en una base de operaciones importante para el franquismo. Pero para ello, antes era necesaria la consolidación de la conquista, y la represión se convirtió en un instrumento indispensable para dicha situación.

 

 

 

 

[14] Archivo General Militar de Ávila. Cuartel General de Generalísimo. Arm. 4 - Carp. 16 - Leg. 273 bis. Operaciones de Guerra de la Plaza de San Sebastián, formulado en cumplimiento de la Orden Ministerial de 28 de Noviembre de 1939, redactado por el Coronel de Ingenieros Don José Vallespín Cobián sobre antecedentes y primeros días del Movimiento. Año de 1939. En dicho informe, el entonces teniente coronel de ingenieros José Vallespín, finalmente al mando de la sublevación en San Sebastián, y huido tras la rendición de Loyola, relata pormenorizadamente, en más de 25 folios, la preparación de la sublevación en la capital donostiarra, la implicación civil en la misma, las tensiones y rencillas entre los oficiales de más alta graduación y la secuencia cronológica de la misma hasta la rendición de los sublevados. Al final del mismo incluye toda una relación de presos y bajas «salvo error u omisión, por falta de datos» entre militares y paisanos rebeldes, tanto en el acuartelamiento de Loyola como en la ciudad, en San Sebastián.